En El Patio de los Sueños también baila el toro mambo

Era un invitado muy esperado porque, desde su llegada a Cuba para hacer misión en la parroquia San José de la Maya, el padre Franciso Javier Hernández Beltrán, cmf –o sencillamente, el padre Frank– se ha ganado la simpatía de todos, con esa manera jovial de comunicarse, con su sonrisa siempre presta a alegrar el día. Pero las circunstancias conspiraron para que su presencia en  El patio de los Sueños se hiciera esperar, como giros en un guion que alimentan el misterio.

Finalmente, este martes 27 de junio se dio la posibilidad. Y no defraudó. De la mano de José Orpí, anfitrión del espacio, el padre Frank nos comentó de la vida del emigrante, de cómo encontró la vocación, del apoyo familiar, de las pasiones por la fotografía y el arte.

Con su característico tono mexicano, su hablar rápido pero preciso, con la sonrisa que parece no abandonarle nunca, habló de sus sueños: de profundizar su conocimiento del francés para hacer misión en algún lugar donde este idioma sea nativo, o quizás allá, en la lejana Madagascar.

Y con sinceridad, conversó sobre su llegada a Santiago de Cuba y La Maya, sobre lo que le ha sorprendido para bien (la humildad, la solidaridad, el cariño de la gente) y para mal (los problemas económicos, el sufrimiento de las personas de la tercera edad). De sus visitas a museos y al Santuario del Cobre donde, asegura, cada vez que va le canta a Cachita (y canta e invita a todos a cantar): y si vas al Cobre, quiero que me traigas, una Virgencita de la Caridad.

Y al hablar de Claret se le nota la admiración por quien parecía no descansar y siempre estaba haciendo algo. Y en ese empeño reconoce la mejor lección de la que hoy podemos aprender.

Pero no podía despedirse el padre Frank sin demostrar por qué se ha ganado el cariño y la simpatía de todos. Yo vine preparado para bailar el toro mambo, dice mientras muestra sus botas y su camisa de estreno para la ocasión, típica de su pueblo.

Y llega la música, y el padre Frank comienza a bailar, a desbordar una energía contagiosa, que se trastoca en la sonrisa en el rostro de todos, en los aplausos, y en la promesa de un día, por qué no, regresar con un Mariachi a El patio de los Sueños.