Pido a la gente que su vida sea oración
Para quienes hemos compartido el día a día, durante los dos últimos años, con el recién consagrado padre Joseph Cassamajor Michelet, CMF, no resultó una sorpresa el escucharlo decir que por primera vez se sentía “raro en su propia casa”, al ser el invitado especial de El patio de los Sueños. Y es que Cassamajor —como le solemos llamar por esa cercanía que siempre ofrece— no gusta de los reflectores; sino que, fiel a su visión de los misioneros claretianos, prefiere hacer “vida dentro de la vida de la gente”, vivir la fe desde la acción, como, asegura, hacía Claret.
Esto, sin embargo, no fue impedimento para que las respuestas del padre Cassamajor a las interrogantes de José Orpí, anfitrión del espacio, llegaran cargadas de una sabiduría, de una reflexión profunda hasta la emoción.
Desde esa convicción en que “hay que buscar el valor para lograr lo que uno quiere”, con la confianza en uno mismo y en Dios, que le permitió afrontar el duro reto de su primer año en República Dominica al iniciar los estudios, lejos de la familia. Un choque cultural que reconoce muy difícil, pero, a la vez, fuente de una riqueza que ha aprendido a valorar. Esos año iniciáticos en un país vecino y, sin embargo, con una historia turbulenta para con los haitianos, le ayudaron a crecer y convertirse en los que es hoy, asegura.
Habla Cassamajor desde el patio del Centro Cultural y de Animación Misionera San Antonio María Claret, o de la casa parroquial que ahora “le resulta extraña”, y es como si hablara desde el ambón, o desde una silla común, en una de las casas de oración en que cada miércoles y viernes comparte la realidad de sus parroquianos. No se trata de postura, se trata de una manera de hacer bien enraizada. “Mis actividades pastorales consisten siempre, dice, en compartir mi poca madurez de fe con la gente”. Y eso hace también en cada frase, cuando asegura: “pido a la gente que su vida sea oración”, y luego sentencia, “Primero tenemos que encontrar a Dios dentro de nosotros”.
Preguntado sobre su estancia en Cuba, el padre Cassamajor dice que en este país ha encontrado vida, aun en medio de tantas dificultades. Y deja una enseñanza: fijarnos más en lo que tenemos.
El padre Cassamajor dice que para él, ser misionero claretiano es ser atrevido; “atrevido para no perder la voz profética”; mientras se apoya en el ejemplo de Claret para afirmar que los claretianos hacen teología desde la realidad, y eso ha sido siempre lo que le ha marcado.
Menos abierto fue cuando Orpí trató de ahondar en sus hobbies. Sonríe y dice que eso es secreto, aunque enseguida se confiesa un adicto a las noticias (aunque en Cuba va perdiendo ese hábito), y amante de la Comunicación y el Derecho, estudios que le gustaría retomar en algún momento de su vida. Escribe mucho, pero no le gusta publicar.
Sobre los sueños, de los tantos que guarda y ha cumplido (como el de consagrarse sacerdote el pasado 19 de agosto), hay uno en el que viene trabajando apasionadamente junto a algunos amigos: el reescribir algo de la historia haitiana. Cambiar esa mirada que siempre se le ha dado, desde la perspectiva francesa, y dar a conocer la visión de los verdaderos dueños de esa tierra.
Fue una tarde, la de este octubre, sencilla y emotiva. Un acercamiento a un joven sacerdote claretiano, que ya deja huellas profundas en esta ciudad por la que caminó Claret.













