Mercedes Ferrera: «Soy una persona afortunada»
Entrevista concedida por Mercedes Ferrera, responsable de la Comisión de laicos de la Arquidicócesis de Santiago de Cuba y redactora del Boletín Iglesia en Marcha, durante el espacio El Patio de los Sueños, del 16 de octubre de 2018
José Orpí Galí (JOG): El boletín Iglesia en Marcha, sencillo, profundo y ameno, se abre a disímiles temas y por ello encuentra acogida en nuestra comunidad. ¿ Qué puede comentarnos en torno a esta publicación, ya que Ud. forma parte de su consejo de redacción?
Mercedes Ferrera (MF) Cuando comenzamos alguien dijo “eso no va a durar ni tres meses”; y ya llevamos más de 20 años. Creo que la publicación, como tal, fue un sueño; intentando recoger todas las cosas que queríamos decir y que no había espacio para decir. Entonces surge y a pesar de todas las dificultades, de todas las correderas que hay que hacer para que salga, sigue siendo la voz de la iglesia en sus más disímiles aspectos. Ahí hay espacio para la misión, para la vida religiosa y consagrada, para las vocaciones, para la catequesis, para las opiniones como ciudadano, como católico, como persona, como parte de este mundo en que nos movemos; hay espacio para todos y creo que esa es la importancia que tiene, la permanencia que ha tenido durante tanto tiempo: el hecho de que pueda ser la voz de toda la vida pastoral de nuestra iglesia y un poquito más.
JOG: ¿Qué particularidades posee el trabajo que realiza usted como miembro de la Comisión de Laicos a nivel nacional y responsable de esta comisión en nuestro territorio?
MF: Quiero empezar diciendo quién es el laico; porque muchas veces se habla mucho y no se tiene una idea de lo que se está hablando. (…) Lo primero que uno puede decir y que todo el mundo va a entender es que el laico en la iglesia es mayoría, porque hay un sacerdote o dos como muchos, pero laicos hay muchos. El laico es todo aquel que es bautizado y que se hace consciente de que, como bautizado, tiene una vocación que vivir y que esa vocación la vive en la familia, en su trabajo, en la escuela, en el barrio, allí a donde le toca vivir. Es muy importante tener esto en cuenta porque hay personas que consideran que la iglesia es el arzobispo, el obispo, los sacerdotes y las religiosas; y si fuera así fueran bien poco, la verdad; sobre todo en un país como Cuba. Pero resulta que somos mayoría; entonces esa mayoría de bautizados no siempre tiene esa conciencia; hay quien sí, pero no tiene la conciencia de que tiene una vocación que vivir, de que tiene un campo en el cual se tiene que volcar a trabajar y no porque es ayudante del sacerdote, y no porque hay pocos curas y pobrecito hay que hacer algo, no; es porque le toca, es porque esa es la vocación que tiene que vivir.
Teniendo en cuenta esto, la iglesia tiene varios lugares y uno de esos lugares, por decir de alguna manera, es el lugar que le corresponde al laico. Esto que yo he dicho muchas veces no se entiende así porque antes, lamentablemente, durante muchos siglos —digamos hasta el Concilio Vaticano Segundo, que concluyó en el año 1965; eso es ayer por la tarde para la historia—, el laico siempre se le definía por lo que no era, o sea, laico es aquel que no es sacerdote, que no es consagrado, que no es religioso; y esa partícula “no” delante significa que ya hay otro “es” y a ti te toco él “no es”; y no es así: el laico es un bautizado y es alguien que tiene una ocasión que vivir.
Dicho esto, a la Comisión le ha tocado intentar guiar por dónde va el camino de la Pastoral Laical dentro de la Pastoral cubana. El trabajo que hace la Comisión es ese. Durante mucho tiempo se trabajó, se formó, se preparó a los laicos y había una conciencia clara de esto. Luego, yo creo, el devenir histórico, los cambios, han hecho que muchas personas que están hoy en la iglesia no hayan tenido esa vivencia y esa experiencia; entonces la Comisión hoy por hoy está tratando de retomar, de reanimar, de motivar, de formar a todos esos laicos para esa toma de conciencia y que su trabajo en la iglesia no sea un trabajo que se hace por defecto, porque no hay quien lo haga, sino que se haga por lo que es, como una parte de la experiencia y de la vivencia de esa persona bautizada que tiene una misión dentro de la iglesia.
Eso es un poco el trabajo de la Comisión; mucho trabajo ahora porque realmente, como dije en un momento, había cosas que no se discutían, que no se preguntaban, que todo el mundo las daba por sabidas y se vivían como tal. Hoy ya eso no es así. Se ha ido retomando un poco ese trabajo; de hecho, es muy difícil porque hay diócesis que no tienen ni la Comisión ni un responsable y entonces uno se queda así, que no sabe por dónde va a ir en esa línea.
JOG: Bueno esta pregunta tiene mucho que ver con la anterior: se dice que el 99 % de la iglesia en Cuba está formada por laicos; nos gustaría que respondiera esta interrogante: ¿de qué valores esta urgida en la actualidad la comunidad de laicos?
MF: Efectivamente, como ya he dicho, la mayoría somos laicos. Pero monseñor Meurice, que en paz descanse y en gloria este —y que no me hale los pies; que siempre me amenazaba si yo decía algo con que me halaba los pies—, siempre decía que el laico era desde la viejita que ponía la florecita en el santísimo para la misa, hasta aquellos laicos que tenían responsabilidades, que daban conferencias, que representaban a los laicos en reuniones nacionales e internacionales.
Las discusiones eran enormes por ese tema, porque había gente que decía que no, que eso no era así. Yo digo: estoy de acuerdo, lo que él dice es así desde el punto de vista teológico, desde el punto de vista pastoral, es así; lo que sucede es que mucha gente no llega a enterarse de eso y cree que está en la iglesia porque sí, porque yo voy, porque me gusta, porque allí tengo una paz, una tranquilidad, o por cualquier razón, razones más bien afectivas, no? Y no es que este mal. Yo no critico a nadie por eso, pero no es la razón. La razón es que usted como bautizado tiene que vivir su vocación y esa vocación la vive en el mundo en la familia, en el barrio, en el trabajo, en el estudio, eso es la clave y para eso tiene que alimentarse de la vida en la comunidad; porque no puede ser una matica así, que ande aérea, de esas que están en el patio, tan linda enredadera que se ha dado: tiene tierra, hay un lugar de donde sale y hay que echarle su agüita, hay que cuidar de ella; bueno, nuestra tierra, nuestro lugar, a donde están nuestras raíces es la comunidad cristiana. Pero las hojas y las ramas se extienden.
Yo vengo de la realidad de unos años difíciles —y eso no es secreto para nadie—, donde no era muy simpático decir que tú eras creyente, que tú eras católico, que tu ibas a la iglesia. Lo que a mí me enseñaron, como a mí me formaron, lo que me metieron aquí y aquí [señala sus venas y su cabeza], era que había que ser coherente. Uno no puede, porque realmente se convierte en piezas rotas de un rompecabezas, pensar una cosa, sentir una cosa y hacer otra completamente diferente; eso es fatal para la persona. Entonces nos enseñaron: “a ustedes los van a señalar con el dedo; tienen que ser los mejores, tienen que dar el máximo, tienen que ponerlo todo en lo que hagan”. Así crecí y así sigo. No me puedo desligar de eso.
¿Qué falta? Falta coherencia. El pueblo cubano, lamentablemente, se ha acostumbrado, por los condicionamientos históricos, por lo que sea. El cubano siempre tiene su manera de: “pero si yo pienso esto, pero no lo puedo decir porque me puede perjudicar”. Eso era en mi época: “no manden más esa niña a la iglesia que le puede perjudicar; no va a poder estudiar”. Eso le decían a mi mama o mis tías. Entonces, qué pasa, uno se defiende. Tampoco estoy juzgando lo que hizo nadie; simplemente que hay una historia y esa historia no se puede borrar.
Nos falta a todos, por un problema de condicionamiento, nos falta coherencia. Yo voy a la iglesia porque me siento bien, pero al salir yo no tengo por qué actuar. Y me están diciendo en el evangelio de hoy que mi hermano es el que está al lado mío, caminando conmigo, pero cuando yo llego a mi cuadra no la miro porque no me da la gana, porque es una pesada, porque es una “no sé qué”, porque “qué es lo que se cree ella”; y hay mismo ya deje a un lado esa coherencia. Y después en mi trabajo hago lo de todo el mundo; coger lo que no me toca porque hay que resolver, hacer esto porque la vida está muy dura, decir mentira… Y nos falta la coherencia. Con esto no quiero decir que ni yo ni ningún laico de la Comisión somos seres perfectos, para nada. Cometemos errores, nos equivocamos, fallamos. Pero la pregunta iba dirigida a qué falta entre nosotros y yo creo que eso. No solo le falta al laico, yo creo que al pueblo cubano le falta.
La gente dice cualquier cosa, hace otra cosa, y siente otra cosa. Y así pasa hasta en las relaciones personales. (…) Ese es uno de los problemas del laico hoy. Y el otro problema que yo veo es la tibieza: entre salí, cumplí, y me fui y ya acabé. Esto es una tarea que no acaba nunca porque evangelizar no acaba nunca, transmitir no acaba nunca, dar testimonio no acaba nunca. (…) Cuando yo digo tibieza me refiero a hacer las cosas como algo que hay que hacer, que me mandaron a hacer, y no como algo que a mí me nace, que yo sé que forma parte de mi vida y lo tengo que hacer; no hay otra. Lo tengo que hacer y además hacerlo con gusto, con amor, aunque esté como esté; porque sabemos que a veces estamos… — yo misma a veces no puedo ni levantar los pies—, pero bueno, ya estoy aquí, lo hago y hay que hacerlo con amor; porque de otra manera se convierte en una carga y la carga, cuando hay que llevar mucha, tampoco es bueno.
Yo creo que son dos de las cosas que nos están faltando al laico católico hoy: coherencia y el ardor por lo que se hace; el ardor, la fuerza, el empuje.
JOG: ¿Cómo asume usted el alto honor de haber trabajado como secretaria para dos arzobispos de tanta significación y trascendencia?
MF: ¡Ay, mi madre!… yo sabía que eso iba a salir. Yo creo que lo dijeron: yo soy graduada de Licenciada en Educación, en la especialidad de Lenguas Extranjeras en inglés; o sea, soy graduada para ser profesora de inglés. Trabajé varios años de profesora cumpliendo el servicio social; luego opté por una plaza en la escuela de medicina. La aprobé por oposición pero me echaron abajo porque todavía había sus frenos; y me puse a trabajar durante varios años en el Centro de Información de Ciencias Médicas, de traductora de literatura técnica especializada en medicina. No me gustaba mucho ese trabajo. Yo amo ser profesora, me encanta, y estar sentada con un libraco ahí no me cuadraba mucho; pero había que trabajar. Yo tenía que trabajar. Lo asumí como una etapa de aprendizaje.
Estando ahí vino el papa Juan Pablo II y a mí me llaman para trabajar coordinando a los periodistas y todas estas cosas. Me dieron una licencia que concedieron a nivel de Consejo de Estado para personas que iban a hacer ese trabajo. Me tocó “luchar” con monseñor Meurice. Los que lo conocían sabían que le tenía pavor a las cámaras, a los micrófonos, a todas esas cosas; y yo me echaba arriba a los periodistas, la bronca, el lío. Pasado ese tiempo, un día él me llama, que necesitaba hablar conmigo. Yo tenía bastante confianza con él y dije, vamos a ver que se le ocurre ahora al arzobispo. Y cuál no sería mi sorpresa: para proponerme que yo trabajara como su secretaria.
Como yo soy un poquitico atrevida le dije: “¿usted está seguro que usted me va a soportar a mí?”, y me dijo, “¿y usted está segura que usted me va a soportar a mí?”. Esa fue la frase. Realmente en ese momento yo consideré decir que no; yo no me veía ahí; pensaba que había otras personas que lo podían hacer mucho mejor que yo y más cercanas a él. Pero lo dije en mi casa y mi mamá, que en paz descanse también, me dijo —algunos aquí conocían a mi mamá, recta y directa—: “a mí me parece que tú no estás bien; yo no puedo pensar que a ti te esté pasando por la cabeza decirle que no a monseñor; a mí me parece que no, que tú no pensaste bien”… y por ahí empezó traca traca… y nada, yo le dije a él que me diera un mes para varias cosas, y a la semana empezó a llamarme por la noche a mi casa. Y un día, en una fiesta de la catedral, como a los 10 días, me dice “por eso es que yo con las mujeres no entro en arreglo, porque las mujeres se demoran que no sé qué”; y ya cuando dice eso, digo “ay, pero él está hablando conmigo”… y bueno, ya lo demás es historia. Me tocó eso. Tampoco nunca lo hubiera pensado.
Yo soy así, como todo el mundo me conoce, y así fui durante todo ese tiempo. Hubo momentos en que se requirió todo el potencial de delicadeza, de profesionalidad, y lo usé. Y hubo otro momento que todo eso no funcionaba y había que quitarlo. Pero bien, todo ese tiempo me tocó vivir, conocer a un hombre que era sobre todo un hombre muy sabio, un hombre con un carácter —nadie puede negarlo—, y un hombre que le tocó una parte de la historia de Cuba que está por escribirse todavía; con luces y con sombras, con las dos cosas. Pero creo que hicimos muy buena liga. Yo me limitaba de saber cuándo es el momento que tú no puedes entrar con una gracia, ni con un chiste, ni decir algo fuera de lugar. Y había momentos en los que se requería entrar con algo que suavizara la situación.
Me tocaron vivir momentos sumamente importantes, y estar a veces yo sola ahí, al lado de él, porque no había otra persona. Aprendí a estar, a acompañarlo, a vivir los momentos también de un anciano —porque mi papá murió muy joven— y con él me tocó vivir de esos momentos de ancianidad, de decadencia, y sin embargo seguir siendo la persona que era y que siempre fue hasta el último momento. Lo asumí así, de esa manera, con toda la naturalidad, con toda la verdad y, como soy yo, con toda la sinceridad de trato. Nos dijimos a veces cosas, otras veces nos reímos, otras veces lloramos. Pero fue así. Yo tengo una deuda pendiente, de escribirlo, pero nunca lo he llegado a hacer. Vamos a ver si ahora empiezo.
Luego con monseñor Dionisio… Bueno, yo conozco a Dionisio desde niña —igual que a monseñor Meurice pero en otra dimensión—. Cuando yo lo conocí él ni siquiera estaba para ser sacerdote. Y estuvimos juntos, increíblemente, en la primera Comisión de Laicos que yo estuve; yo tenía 16 años y él estaba representando a Guantánamo, que cuando eso pertenecía a Santiago de Cuba. En esa reunión —él dice que no se acuerda de mí; digo, imagínate tú, tan insignificante yo—yo lo conocí a él y comenzamos a tratarnos; así, un poco de lejos porque el estaba ya como trabajador, era un ingeniero; o sea, que nos conocemos hace mucho.
El derecho canónico manda a que al renunciar un obispo, el administrador y el secretario deben renunciar también, por tanto, yo hice mi carta como todo el mundo y la llevé se la entregué y me dijo “si es lo que me imagino vete, arranca y llévate la carta”. Entonces ya así seguí con él. También ha sido bien difícil. Fue un cambio que también será algo que está por escribir; porque Meurice estuvo muchos años de arzobispo y nosotros, la mayoría de los que estábamos en la iglesia, solo conocimos a monseñor Meurice como arzobispo; yo no tengo memoria de monseñor Pérez Serantes —si bien me confirmó y todo, pero la verdad no me acuerdo—, así que al que conocí todo el tiempo fue a monseñor Pedro. El cambio fue muy difícil para todos y fue un empezar también para monseñor [Dionisio] que llegaba a un lugar que conocía pero no como pastor. Así que fue un crecer ahí, caminar igual y la misma fórmula: mucha sinceridad, con mucho amor; porque todo el que me conoce sabe que yo me entrego; con mucha paciencia, porque ellos son pastores y creo que una de las cosas que nos toca, en el caso mío, es un poco acercarlos a lo que está pasando: porque ellos no ven cuando la gente se está matando en una tienda, no ven la cargadera de agua, no ven esas cosas, no las viven directamente; pero estamos nosotros ahí. (…) La historia dirá si lo hice bien o mal o regular; yo creo que lo he hecho con todo mi corazón, con toda mi alma.
JOG: La ciudad de Santiago de Cuba es un tópico que no podemos soslayar en nuestras entrevistas y hoy nos interesa conocer qué aspectos, pasiones o miradas tiene Mercedes sobre esta ciudad nuestra de cada día.
MF: Yo creo que todos los aspectos y todas las pasiones porque yo soy santiaguera nata y me encanta la ciudad. Me quejo todos los días de las lomas, porque yo vivo en Padre Pico y trabajo en el arzobispado y voy rompiendo calles: las lomas acaban conmigo, pero es mi ciudad. La amo entrañablemente.; yo creo que eso no me pudiera faltar.
Me duelen las cosas que no quisiera que fueran y ahí yo creo que se le nota el cariño que uno le tiene, porque cuando algo te duele es porque tú lo aprecias. Me duele a veces el maltrato; me duele la suciedad; me duele cuando se rompe algo, porque creo que todos deberíamos tener presente que la ciudad es de todos; y sobre todo me duele la gente, esa vulgaridad que está en la calle, que acaba contigo, que te aplasta; porque una cosa es ser popular, es ser dicharachero, como buen cubano, y otra cosa es ser vulgar y decir todas esa barbaridades que uno oye cuando sale a la calle; y a todo nivel, sobre todo en el caso de las mujeres, aquellas cosas que realmente dicen o desdicen mucho de esta ciudad. Es una ciudad linda, es una ciudad con mucho brillo, con mucho color, con mucho calor también, pero que realmente ha perdido mucho en cuanto a ese nivel, digamos, que no es lo mismo lo popular que lo vulgar. Eso realmente me duele mucho. Pero Santiago es mi vida, realmente. Yo siempre lo digo, uno sale y al poquito rato ya se está extrañando. Yo trabajé mi primer año de servicio social en Moa. Moa es una ciudad muy… ahora esta bonita, pero cuando uno llegaba por primera vez a ese aeropuerto, así de tabla, aquello era espantoso. Yo soñaba todos los días con que yo cogía Corona, que era mi recorrido, subía por ahí San Basilio por fisioterapia y salía al parque Céspedes. Yo todos los día sonaba con ese recorrido y decía “dios mío, pero me tengo que quitar esto; yo tengo que estar aquí un año”. Pero realmente para mí, mi ciudad es una de las cosas más grandes; haber nacido en esta ciudad. Y creo que soy como soy por eso.
JOG: Desde el nombre de este espacio, “El patio de los sueños”, todos estamos obligados a soñar y mientras más altos sean esos sueños más fortalecida estará nuestra esperanza. ¿Qué sueños le quedan por realizar a Mercedes Ferrera?
MF: Creo que a mí me quedan, no sé… cuando me empeño en algo yo lo hago, trato de hacerlo y de crear los medios para hacerlo. Me gustaría, no sé… sonar mi sueño, junto con el de todos mis hermanos santiagueros y cubanos, de una Cuba mejor, más prospera —y no es palabra para el noticiero—… más prospera de verdad; porque aquí somos unas cuantas de la misma generación y hablábamos de que nos vamos a jubilar —ya algunas ya se han jubilado— y nos ha costado muchísimo; y no es apego a lo material, pero, ¿qué tenemos?; lo que hemos podido mantener, que nos legaron. Entonces quisiera un futuro donde uno no tenga que sufrir tanto, ni padecer tanto. Sueño con que el sueño de la gente no sea ir a realizar su sueño a otro lugar sino que lo pueda realizar aquí, que lo pueda vivir aquí, y que lo haga con deseo, con motivación. Sueño con una iglesia que pueda hacer todo lo que le toca hacer en su momento; que no se vea limitada por condicionamientos de ningún tipo; que cuando lleguemos y uno mire para atrás —ya yo miro para atrás, ya podemos mirar para atrás—uno no tenga nada de que arrepentirse, que todo no haya salido bien; que no me tenga que arrepentir de haber hecho algo que sea en contra de mis principios, de lo que creo, de lo que quiero y de lo que me gusta para mí. Quisiera que fuera algo que uno lo mirara con esperanza. Estoy entrando en otra etapa, en otra vida, pero esa vida también tiene cosas buenas, también tiene sueños por realizar, también tiene esperanzas que alcanzar y eso me parece importantísimo; para mí es lo más importante.
Ojalá que todo lo que uno sueñe realmente se cumpla. No por estar soñando boberías, sino porque ¿qué sería del ser humano sin sueños? No alcanzaría nada.
Yo creo que soy una persona muy afortunada. He tenido una vida que a veces se complica muchísimo, pero bueno, estoy viva y sigo.