Ana Lis (cuento)
Ana Lis es una niña de cabellos rizos y su sonrisa es amplia como el mar. En las tardes le gusta ver cómo cientos de pájaros se refugian entre las ramas de la enorme mata de mangos que crece en el patio de su casa. Y en las noches le encanta dormir al arrullo de los cuentos de la tía Ana, siempre llenos de pociones mágicas, hadas y princesas. Una mañana, al despertar, se quedó prendida del paisaje que, como un inmenso cuadro, se baría detrás de la ventana. Respiró profundo, como si quisiera llenarse de toda la primavera; luego, se acercó mucho a la ventana, cerró los ojos y comenzó a volar.
Abrió sus enormes alas con la elegancia del más bello de los pájaros y sus piernas eran dos enormes pinceles con los que se iba inventando un nuevo paisaje; ese que todos los días soñaba desde su ventana. A su paso lo llenaba todo de colores. ¡Qué lindo se veía el mundo desde la altura! Las calles eran gusanitos que se enredaban en la gran telaraña de la ciudad y los árboles parecían pequeñas motas verdes. Ana Lis le pintó una gran sonrisa al sol; era así, siempre lo veía contento en los dibujos. Pintó nubes de colores, aves de grandes colas, pero al cielo lo dejó igual; ese azul impresionante nada lo podría cambiar.
Estaba feliz, pero algo le faltaba, por lo que comenzó a buscar en todos los rincones del cielo. ¿Dónde están las estrellas?, se dijo. Están muy lejos, le respondió un gran pájaro blanco que volaba junto a ella. Quiero llegar hasta allá, dijo la niña, emocionada. ¿Para qué quieres las estrellas?, preguntó el pájaro. Es que mi abuelo está allí, casi gritó Ana Lis, y mi abuelita está muy triste porque hace tiempo que no sabe de él. ¡Tienes que volar más alto!, graznó el ave. Por lo que Ana Lis subió y subió hasta que no sintió más su cuerpo. Ya no tenía que batir las alas, porque flotaba suavemente. ¿Dónde están las estrellas?, volvió a decir. Aquí hay una, respondió una voz serena y dulce. ¡Abuelo!, exclamó la niña, dando el más feliz de los abrazos al anciano que la miraba sonriente. Nadie sabe lo que hablaron, pero lo que sí se sabe es que Ana Lis regresó muy contenta y que en cuanto vio a su abuela le dio un enorme beso y le dijo:
—¡Mi viejita linda! Abuelo está muy bien y te manda muchos besos! Dice que no estés triste, que algún día estarán juntos de nuevo en una gran estrella.
—¡Sí, mija! —respondió la anciana, mientras empujaba la silla de ruedas de Ana Lis para llevarla hasta la cocina—. Qué feliz me hace la noticia. ¿Cómo llegaste hasta allá?
—Volando muy alto sobre el mundo.
—Qué bueno —contestó pensativa la abuela, mientras sacaba el cuerpo de la niña de la silla de ruedas, y la colocaba suavemente entre los almohadones donde su cuerpo sin piernas puede mantenerse en equilibrio. Mientras, escondido detrás de una nube verde, le sonríe pícaramente el sol.
Hansel Báez Corona. Santiago de Cuba. 5to grado. Con este cuento obtuvo el Gran Premio, 1er Nivel de cuento durante el Encuentro Provincial de Niños Escritores