Si Claret viniera hoy a Nuestra América[*]

Por: Mons. Pedro Casaldáliga Plá (1928-2020)

 

Pedro Casaldáliga: Retrato de Amadeo Valldepérez Coll

Ciertamente no vendría enviado por la reina, porque no vendría como obispo de una colonia española. Afortunadamente, las colonias “oficiales” se van acabando, aunque en la realidad todo el Tercer Mundo siga siendo como una gran colonia dependiente. Normalmente hablando, tampoco vendría hecho obispo, porque el ideal es que los obispos sean de la tierra o, por lo menos, muy metidos en ella. Para facilitar la superación de los colonialismos, precisamente (que también hay colonialismos eclesiásticos).

Dejaría de lado cualquier excesiva nostalgia de Cataluña o de España o de Europa, y trataría de inculturarse apasionadamente latinoamericano, y caribeño en su caso concreto. Se alegraría —claro está— de la independencia de Cuba y de su terca, gloriosa militancia contra el neoimperialismo. Y contestaría, por razones de Evangelio y por razones de Humanidad, el inicuo bloqueo con que Estados Unidos viene atenazando a la Isla rebelde. Estimularía, sin duda, todas las afirmaciones de autonomía indígena, afroamericana, criolla, que se están levantando airosas en Nuestra América.

Esas identidades, marginadas por las varias dominaciones, y que son imágenes colectivas del Dios tan pluralmente creador. Y cultivaría con apasionada fe las vocaciones nativas, para ir posibilitando siempre más una Iglesia verdaderamente “local”.

Sería pues muy bolivariano, y martiano. Y mostraría también mucho respeto por la memoria del Che. Muy posiblemente, a la hora de laudes, usaría todos los días la Agenda Latinoamericana, para mantener fresca la memoria de las luchas y los héroes de esta Patria Grande de la cual haría, definitivamente, su Patria.

Tendría que habérselas con una nueva Cuba, esa isla roja y verde de hoy, la Cuba de la Revolución; entre el Partido y la Iglesia, susceptiblemente encontrados; entre Granma y Vitral; y entre una Iglesia y otra —más abierta, más conservadora; más ecuménica, más catolicista; más servicial, más poderosa …—.

Hablando de Cuba, que es socialista, de ningún modo podría ver el socialismo como uno de los grandes males que amenazaban a la Humanidad, y descubriría que no es la modernidad liberal el diablo mayor, sino este homicida, suicida y ecocida capitalismo neoliberal, esclavitud que masacra las dos terceras partes de la Humanidad y que embrutece en el lucro y el consumismo a la otra tercera parte.

Habría de ser, evidentemente, más obispo del Vaticano II que del Vaticano I, porque el kairós de la Iglesia hoy es de ese providencial Vaticano II que tanto ha ensanchado los horizontes-a-la-defensiva del Vaticano I. Y del Vaticano II aprendería la gran lección teológica de “la jerarquía de verdades”.

No vería, por ejemplo, la infalibilidad pontificia como un primerísimo dogma, sino como un humilde respetuosísimo servicio a la libertad del Espíritu, al caminar del Pueblo de Dios y a la unión fraterna de las Iglesias. Por eso mismo defendería, como buen obispo corresponsable, la colegialidad episcopal y las conferencias episcopales, y el diálogo adulto y abierto con la curia romana, aun a costa de algunos resquemores con ciertos hermanos de esa curia.

Haría de Medellín y Puebla y Santo Domingo sus referenciales próximos en la pastoral, y seguiría creyendo en la potencialidad eclesial de “la viña joven”, como él llamaba a Nuestra América, intuyendo proféticamente el futuro.

Por su sensibilidad para con los pobres, y porque se sentía especialmente llamado a anunciar a los pobres la Buena Noticia, sería sin duda un entusiasta de la Teología de la Liberación, que gracias a Dios se conserva viva y hasta reconocida, a gusto o a contragusto, en el tercer mundo y en el primer mundo también. Parece incontestable que el Dios de Jesús sigue siendo el Dios de los pobres y de la liberación… Es de esperar que Claret supiera tratar muy bien a los teólogos, y más concretamente a los teólogos de la liberación y a los teólogos del diálogo interreligioso, tan maltratados con frecuencia. La opción por los pobres pasaría a ser su escudo, su carisma, su vida episcopal. Y ahora, en vez de ser confesor de una reina, sería contestador profético de dictadores —militares o pseudodemócratas— y respaldaría todos los movimientos populares de justicia y liberación.

Su Academia de San Miguel y sus proyectos de la Granja Agrícola o de las bibliotecas populares serían más bien fruto de las reivindicaciones autónomas del mismo pueblo y de sus organizaciones, como indígenas, campesinos, obreros, estudiantes, mujeres, juventud. Si por acaso viniera a Brasil le daría muchas, muchas gracias a Dios por el surgimiento del MST, y si fuera, por acaso, a México, se quitaría la mitra delante de la dignidad de los zapatistas mayas. Y por todo el Continente cantaría el magníficat, con María, por la exuberante conciencia y movilización de las mujeres.

Podría sentirse Ángel del Apocalipsis, pero para anunciar, a pesar de todos los pesares neoliberales o eclesiásticos, el amor universal del Dios que siempre viene al encuentro de su hija la Humanidad. Y atendiendo a la advertencia del beato Papa Bueno, Juan XXIII, evitaría ser un “profeta de calamidades” y se engancharía en esa infinita legión creciente de cristianos y cristianas que van posibilitando cada día más una Iglesia de iluminación, de misericordia y de esperanza, frente a la Iglesia del miedo y las cortapisas y las condenaciones.

Desde luego, ya no podría ver el protestantismo como un mal amenazante, sino como una hermosa acción del Espíritu de Jesús que hace nuevas todas las cosas y que se dedica muy particularmente a reformar su Iglesia siempre “reformada”. Se apuntaría decididamente al ecumenismo; y al macroecumenismo también, porque Dios y su Pueblo son mayores que la Iglesia…

Sus intuiciones con respecto al laicado y sus varias iniciativas sobre el particular, concretamente incluso por lo que se refiere a la mujer laica —hasta a favor de la creación del diaconado femenino, ya en aquellos tiempos— le llevarían a ser un abanderado de la “hegemonía del laicado” que ha propugnado Santo Domingo, y de los derechos iguales y plenos de la mujer, en la Iglesia y en la Sociedad.

Misionero, con su Biblia y su hatillo, por las veredas del Evangelio, exultaría con Jesús, al ver cómo Dios ha abierto la Biblia viva de su Palabra a los ojos y al corazón de los pequeños, en esa lectura popular de la Biblia tan latinoamericana. Y se felicitaría de ver a tantos claretianos metidos de lleno en esa pastoral.

Haría también del Diario Bíblico, promovido por sus claretianos, un diario instrumento de oración y de apostolado.

Seguiría siendo muy eucarístico y, “de una comunión a otra”, haría de la Eucaristía una celebración verdaderamente pascual, comunitaria e inculturada, cena compartida “con los pobres de la Tierra”, memoria subversiva del Reino.

Seguiría siendo muy mariano, y en su Virgen de la Caridad de El Cobre y en todas las demás Vírgenes de esta Nuestra América tan marianizada, vería siempre la humilde comadre de Nazaret, aquella que creyó de verdad, madre del profeta subversivo Jesús, corazón de ternura y de acogida.

Al ponerse la mano en el brazo o viendo su rostro en el espejo (los obispos usan espejo también, y es bueno que usen además otros espejos), evocaría el atentado de Holguín, y tendría que emocionarse, agradecido y comprometido, por la cantidad de martirio generoso y reciente que vienen viviendo nuestras Iglesias y en nuestros Pueblos, en este “Continente de la muerte y la esperanza”.

Desde luego, continuaría escribiendo, hojas volantes y páginas web, y estimularía la acción pastoral a través de todos los medios de comunicación. Pero no pretendería tanto tener medios propios, exclusivos de la Iglesia, cuanto ser luz, fermento y sal en todos los humanos medios de comunicación.

Como su espíritu era —es— “para el mundo entero”, sería abanderado de la “otra mundialización”, de la “globalización de la solidaridad y la esperanza”.

El amor de Cristo seguiría “urgiéndole”, y “abrasaría por donde pasase”, pero sin quemar ninguna flor…

[*] Artículo publicado en el nro 7 de la revista Viña Joven, correspondiente al período abril-junio de 2000. Se ha respetado la redacción, uso de mayúsculas y abreviaturas del artículo original.