Maury: «trabajamos para que sueñen con nosotros»
Entrevista concedida por Maury Hernández Correoso, durante El patio de los sueños del 15 de septiembre de 2020
Me costó mucho trabajo encontrar datos suyos, pues su nombre no aparece en enciclopedias, tratados ni biografías, ni guías turísticas. He ahí su extraordinario valor. Es uno de nosotros; el prójimo que defiende su espacio a golpe de inteligencia y astucia. No obstante, fuentes que no puedo revelar, me confiaron algún que otro dato sobre él, que hoy, en el transcurso de la entrevista, verificaremos. Dicen que vivió en Isla de la Juventud, que fue profesor de dibujo, trabajó en hoteles y en la dirección de Cultura de la Isla. Su vida no ha sido un piélago de rosas, sino que ha estado salpicada por sombras y eclipses, pero ha sabido edificarse desde la más férrea voluntad, y hoy se alza como gigante ante los embates de la vida. Es poeta y narrador, y enarbola la palabra con la inquietud telúrica de quien sabe que ella puede salvar cualquier escollo. Ha obtenido galardones en varios concursos y ha integrado importantes talleres literarios. Acude con frecuencia a concursos y tertulias y se halla inmerso actualmente en un proyecto de vida y esperanza, del cual nos enteraremos más adelante. Bienvenido, pues, a El patio de los Sueños, Maury Hernández Correoso.
José Orpí Galí (JOG): Se imponen varias interrogantes: ¿dónde nació Maury?, ¿cuáles fueron sus estudios y cómo llegó a la literatura?
Maury Hernández Correoso (MHC): Santiago de Cuba. 13 de septiembre de 1947. Llegué, a esta hermosa ciudad. Nací en el Tivolí. En Padre Pico, entre Princesa y San Fernando. Ahí me críe, ahí hice mi escuela primaria (…). La secundaria ya la hice con el triunfo revolucionario, en la Camilo Cienfuegos. Luego (…) empezamos a estudiar en el preuniversitario con miras a ir a la universidad y hacernos ingeniero. Quería hacerme ingeniero mecánico. Pero la vida me hizo tomar otros derroteros. Me hice diseñador mecánico. Comencé a trabajar aquí mismo en Santiago de Cuba, en la escuela técnica Julius Fucik y junto con eso comencé a estudiar, a seguir con mi viejo anhelo de estudiar ingeniería en la universidad. Lo hacía por las noches. En ese tiempo también me casé, con una hermosa muchacha que hasta hoy sigue siendo mi novia. Tuve mis primeros tres hijos, aquí en Santiago de Cuba. Luego emigré, en el año 1975, hacia la Isla de la Juventud. Allá trabajé en el Instituto Pedagógico Varona, en la filial Carlos Manuel de Céspedes. Ahí estuve trabajando como profesor; luego fui subdirector de Economía y Servicio, allí mismo. (…) Fui fundador del Instituto Politécnico de Cerámica; estuve dirigiendo esa escuela durante tres o cuatro años y de ahí me dieron la misión de fundar doce institutos politécnicos para estudiantes extranjeros, de los cuales llegamos a fundar ocho. Y durante once años, dirigí la enseñanza técnica y profesional en la Isla de la Juventud. (…) Luego, ya casi terminada la misión, y después de un breve proceso de formación, me fui a trabajar como maître de hoteles del Centro Internacional de Buceo. Allí estuve varios años, hasta que la vida me dijo que yo no podía seguir allí, por un grupo de razones, y me fui a trabajar a la Dirección de Cultura. Presidí el Consejo de las Artes Escénicas durante un buen tiempo, un tiempo que para mí fue maravilloso (…). Dije al principio que yo quería ser ingeniero mecánico; realmente no lo fui pero adquirí esos conocimientos de una u otra forma, con diversos estudios y fui tecnólogo principal de la Empresa Geominera de la Isla. Después de presentar un proyecto, me aprobaron y ahí estuve un buen tiempo. Y en ese mismo tiempo fue avanzando la enfermedad que me dejó sin visión finalmente. Pero no pasó nada. No pasó nada. La visión se perdió, pero se ganaron otras cosas. Y la vida me dijo de algún modo…, el gran poder divino ordena las cosas de modo que van pasando y se van alineando, y las cosas se alinearon para que volviera a mi terruño. (…) Regresamos mi novia y yo. Estamos aquí en Santiago. Regreso prácticamente sin visión, pero comienzo a hacer otras cosas. Venía con un proyecto de hacer artesanía, de trabajar carpintería. Trabajé un tiempo. La vida dijo que no podía ser así. Y entonces, tras una cierta conmoción emocional, me refugié en la poesía, en la literatura, que siempre la había cultivado de algún modo, sin grandes pretensiones. Volví a escribir. Comencé a escribir. Alguien, una muchacha que dirigía el taller literario allá en mi distrito, allá en el [Antonio] Maceo, me recomendó que viera a Reynaldo García Blanco para que me guiara un poco por los caminos de las letras. Eso hice. Y lo demás… es pan comido, ustedes saben. Hemos estado aquí, participando en todo lo que hemos podido participar. Haciendo cosas, ganando algunos premiecillos por ahí. Y compartiendo sobre todo con tanta gente linda, que aunque no las veo, son tan amables, son tan cariñosas que siempre serán lindas para mí. Y aquí estamos.

JOG: Según las fuentes antes aludidas, tenemos conocimiento de que conociste a ese poeta y hombre extraordinario, que a pesar de su ausencia física, pervive en todos los que lo conocimos. Me refiero a Pedro López Cerviño. ¿Cómo fue tu relación con él?
MHC: Yo conozco a Cerviño en la Isla de la Juventud. Ya yo lo conocía porque él trabajaba en la radio, y cuando él llega a la Isla llega con un aval, ya él llega formado como poeta. (…) Nunca nos relacionamos en el orden literario. Cuando vinimos a hacerlo, pues, la vida nos dijo que no fue temprano. Él quiso editarme un libro de poesía. Se lo llevó y, al poco tiempo, nos enteramos de su fallecimiento. La última vez que vino acá, que fue cuando le dieron el Premio Heredia, él se llevó en formato digital aquellos poemas para revisarlos y ver cómo encaminaba eso, y bueno, no pudo ser. Pero sentía una relación especial por él. No éramos amigos íntimos, pero cada vez que él venía a Santiago nos veíamos; y cada vez que nos veíamos, compartíamos (…).
JOG: Has obtenido muchos premios importantes. Recuerdo, por ejemplo el Escaramujo, en el que tuve el honor de ser Jurado. Cuéntanos de ese premio que recibiste en España, con un raro nombre: Tiflos.
MHC: El de España es el Tiflos. Es un premio anual que tiene dos categorías: una para videntes y una para invidentes. Ese premio fue una cosa azarosa, y voy a tratar de ser muy breve, para contarles un poco lo que pasó con ese premio. Yo tenía un montón de poemas escritos y me hacen alusión al premio Tiflos. Yo no estaba muy convencido pero dije, “bueno, vamos a presentarlo”. Preparamos aquello; me ayudó un poco Reynaldo García Blanco. (…) Y miren las cosas como son: vamos a imprimir, después de dar muchas vueltas —teníamos solo dos días, pues había que mandar el trabajo y se tenía en cuenta el matasellos—, salimos a encuadernar y, cosas de la vida, vamos a ver una persona y no estaba ahí; vamos a otro (…) y nos dice que tenía mucho trabajo; (…) vamos a Santo Tomás, casi llegando a Martí, que hay un encuadernador “que siempre está en su casa”, nos lo dijeron así, estaba la ventana abierta pero el hombre no aparecía. (…) Decido irme. Digo, “mañana, con calma, voy a resolver esto”. Arranco, y voy para la casa. Y quién le dice a ustedes, que cuando llego a mi casa, “mi novia” enseguida me dice, “déjame ver eso”, y revisa los documentos impresos. Y aquello era un desastre. Nunca lo hubiera podido presentar como libro. Estaba [desconfigurado el documento digital]. (…) Era un desastre. En la mañana, hablé con Yudel, uno de nuestros queridísimos amigos, como hijo mío, y enseguida fue con su laptop, me arregló todo aquello. Salí con mi texto impreso, que ya estaba bien. Fui a la imprenta Renacimiento y me dice el encuadernador, “tengo un volumen de trabajo increíble. Pero mire, quédeseme ahí, que vamos a ver cómo resolvemos eso”. El hombre fue, almorzó, y cuando vino me dijo, “espéreme ahí, no se me vaya”. Y al poquito rato vino con los dos ejemplares, de los más lindos, encuadernados. Le digo, “¿cuánto es?”. Dice, “No, no me tiene que dar nada”. Fui al correo, y cuando llego [entrego todo, y pregunto por el certificado], me dice [la oficinista], “Por favor, esto va a llegar. Yo me voy a quedar con ellos, y le garantizo que esto va a llegar”. Le dije, “¿Cómo te llamas?”, dice, “Caridad”. Nunca más se me ha olvidado. (Pausa larga) ¡Y parece que llegó! (Risas) Porque a los pocos días me llamaron por teléfono y me dijeron, “se le ha otorgado el segundo premio”. Quise hacer esta anécdota, porque por encima de nosotros, cuando nos portamos bien, la maldad no camina. Y las cosas se ordenan y se ordenan bien, para que las cosas salgan como tiene que salir.
JOG: Quisiéramos que nos contaras en qué consiste el proyecto Homero.
MHC: Vamos a tratar de ser lo más breve posible, porque aquí podríamos estar hablando del proyecto Homero dos horas, o tres, cuatro, cinco…; porque es un proyecto de mucho amor. Un proyecto que surge a partir de las dificultades que en la ciudad de Santiago de Cuba tienen las personas con discapacidad para hacer vida social. Para ser muy breve, quiero hacer dos preguntas. La primera: (…) ¿cuántas personas, por ejemplo, parapléjicos, en sillas de ruedas, ven ustedes en la calle? Yo voy a contestar por ustedes: Muy pocas. Ya no se ven personas en sillas de rueda en las calles. ¿Y es que no existen? Sí existen. Ahí están. ¿Ustedes saben dónde están? En sus casas. Y el que está en su casa permanentemente, no hace vida social. El que no se socializa, no vive. Y esto es algo que nosotros tenemos que tener en cuenta: la socialización de las personas, que es el vivir de las personas. Y, en muchos casos, son personas que viven en situación precaria; porque da la casualidad —que realmente no es por casualidad— que las discapacidades van asociadas a otros males. Van asociadas al déficit económico. Por lo general estas personas, salvo que tengan algún tipo de relación de otra manera, son personas que viven en la pobreza. Muchas de ellas, si visitan sus casas, van a ver que viven en una situación muy crítica. Conozco, por ejemplo, ciegos que viven en situación precaria, que no tiene, por ejemplo, para socializarse en sus casas, hay muchos que no tienen ni siquiera el bastón; porque no hay, porque no venden. (…) Otros tienen el bastón pero ni siquiera se atreven a salir a las calles, porque ya saben ustedes como están las calles de Santiago de Cuba: baches, huecos, indisciplina social, indisciplina arquitectónica, urbanística, aceras tomadas por las escaleras, por los escalones, huecos donde cualquiera se cae y se convierte en persona con discapacidad. Entonces los familiares tienen miedo a que esas personas salgan a la calle. Tienen terror a que sus personas con discapacidad empeoren su situación y entonces se hace muy difícil a que esas personas vivan y se socialicen. Entonces, ¿nosotros en qué estamos empeñados? Primero, en hacer conciencia de que estas personas existen. Porque muchos, como no los ven, no saben que existen. Estamos tratando de hacerlos más presenciales. Estamos tratando de que la gente conozca que existen, y conozcan cuáles son las dificultades, cuáles son los problemas, cuáles son las causas, cuáles las razones, y cómo enfrentarlas. Porque (…) cuando un ciego sale, va a la calle, cuando llega a su casa, el estrés lo tiene casi liquidado. Porque se va por la calle con miedo, con terror; y si te tropiezas con dificultades, con problemas, con personas que no te tratan bien, con personas que no te ayudan, con personas que te desayudan, es peor todavía. Entonces qué pretende Homero. Primero hacer luz sobre todo esto. Hacer conciencia de masa. Porque tiene que ser conciencia de masa; sobre todo a los decisores, a quienes tienen que tomar las medidas sobre la conducta a seguir con las personas en la ciudad, con respecto a las personas con discapacidad. Homero pretende dar ayuda a las personas con discapacidad y a sus familiares. Pretende orientar, pretende lograr la socialización de la mayor cantidad de personas posibles; y pretende sumar a su quehacer a las personas que no tienen discapacidad, y que realmente pueden ayudar. Pueden ayudar con cualquier cosa: pueden ayudar con un gesto, pueden ayudar diciendo, sencillamente, “¿usted desea algo?”, “¿usted me permite ayudarlo a pasar la calle?”; con eso se ayuda. (…) Lograr que sean vistos igual que los demás; lograr la inclusión de esas personas en la sociedad. Que sean tenidos en cuenta. Esta es una palabra dura, fuerte, que a mucha gente no les gusta cuando decimos: no somos tenidos en cuenta. Y lo demuestro rápidamente: el que hizo las paradas esas en la ciudad, que cuando yo paso me doy un golpe en la cabeza; o el que diseñó las jardineras colgantes de Enramadas, que yo paso y me desbarato los espejuelos o me rompo la frente (la hija de un compañero nuestro del proyecto, se hizo una herida en la frente al tropezar con una jardinera colgante. Y es vidente). Pero los arquitectos que diseñaron eso no nos tuvieron en cuenta. Los compañeros de ETECSA, que son mis amigos, que los quiero —además son acompañantes del proyecto—, me sembraron ahí en Enramadas, en la acera, unas cabinas telefónicas. (…), no nos tienen en cuenta. ¿Qué queremos? Que nos tengan en cuenta, que nos incluyan. Que la accesibilidad sea para todos. O que incluya a los ancianos. Un anciano, por lo general, por muy sano que esté ya va siendo una persona con discapacidad. De algún modo, porque no puede levantar las piernas a la altura de un escalón; no tiene buena la visión y puede tropezar, puede caer en un hueco, y se convierte entonces en una persona con miedo a salir. Eso pretende el proyecto Homero. Estamos trabajando, luchando con fuerza para convencer, para poner personas del lado de acá, que nos acompañen, que estén con nosotros, que sueñen con nosotros, que jueguen con nosotros y que hagan con nosotros. Yo se los ofrezco y les pido compañía, acompañamiento. Quien quiera saber algo más, no voy a abrumarlos ahora… Creo que tiene la información necesaria y suficiente.
