Una fe que no excluye a nadie

cabecera buen nueva Alvaro

De muchas maneras Jesús, en los evangelios, nos habló de que la fe tiene el correlato de amor al prójimo. Insistió en decirnos que sin amor, la fe está muerta. Como también, una fe que solo tenga el componente religioso, intimista, legalista de cumplimiento, tiene el peligro de terminar en una manipulación y autoengaño.

La enseñanza de la parábola del rico y el pobre Lázaro, nos recuerda la famosa mentalidad judía de la teoría de la retribución. Ser rico o tener posibilidades económicas era signo de “bendición”. Se podría decir que la concepción religiosa marcaba como un favoritismo de Dios hacia la persona, y la persona se sentía, interiormente, como predilecta a los ojos de éste mismo. Por el contrario, la pobreza era sigo de “maldición”. O la interioridad de la persona se hacía sentir excluida de los ojos de Dios, aunado a esto, socialmente, se hacía mostrar esa misma realidad, de tal manera que la persona se sentía totalmente desahuciada.

La Parábola, por tanto, quiere romper con esta falsa idea de exclusividad o favoritismo que tiene esta falacia teológica retributiva. Dios, es un Dios de todos y para todos. A sus ojos lo que hay son Hijos e Hijas y por tanto todos somos Hermanos y Hermanas. Dios ha hecho un mundo de todos para todos. La riqueza de lo creado es para que todos y todas tengamos una vida digna. Es inconcebible cuando la acumulación de unos hace el hambre muchos. Y más aún cuando la justificación interior de eso, bajo una idea religiosa de gratificación, lleva a la persona a la insolidaridad con el trasfondo interno de una conciencia incólume.

Nosotros y nosotras, los creyentes de Dios, los que hemos supeditado nuestras conciencias a su infinita misericordia, aquellos y aquellas que le amamos y le hemos entregado nuestra vida, los que nos sentimos esclavos de su infinito amor, tenemos que saber que no podemos consentir en nuestra vida una fe de exclusión. El camino para ser fieles al Dios de Jesús es el camino de la solidaridad. Bajo este paradigma nuestras vidas serán testigos del verdadero rostro del Dios del Reino que tanto nos habló el Maestro y Señor de la Historia: Jesús, el Hijo de Dios.

Es de allí que nuestra evangelización sigue siendo importante para el mundo y la realidad que nos circunda. Es horrendo, espeluznante, escandaloso, deshonesto, vergonzoso el cómo en el mundo las grande diferencias entre unos que lo tienen todo y los muchos que no tienen nada, crean una realidad que clama al Dios del Cielo. Es imposible vivir nuestra fe en Dios o decir que le creemos a Dios y no ser tocados en nuestra interioridad por una realidad tan compleja. No podemos hacer de la vista gorda a tantos Lázaros que están pidiendo y clamando por unas condiciones de mayor dignidad. No podemos a todos estos y estas entregarles migajas de fe, creando un tranquilizador filantrópico de conciencia. Nuestra fe en el Dios del Reino no es para la filantropía, sino para la solidaridad. El reto está allí, no lo podemos negar, nuestra fe tiene que ser para lograr que la fe haga un mundo más incluyente y no excluyente.