Un discípulo apasionado con una oración perseverante

cabecera buen nueva Alvaro

La parábola de este XXIX domingo del tiempo ordinario quiere llevarnos a tener una actitud de perseverancia. Para Jesús, no solo se trata de orar, sino que hay que orar con perseverancia. Y la perseverancia solo la tiene aquella persona que está convencida de lo que busca y lo que quiere. Cuando uno ama o desea algo, va ser hasta lo imposible por llevarlo hacia adelante. Se va volver “necio (a)” por buscarlo, hasta encontrarlo, si no la cosa quedará a medio camino o solo será cuestión de un momento. Nunca se me olvida cómo mi Madre siempre me decía una frase para animarme en este sentido: «el que quiere celeste, que le cueste». Exactamente, si tú quieres conseguir algo, hay que darle esfuerzo porque del cielo no va caer nada.

Es así que la parábola de este domingo, de la viuda y el juez, es un testimonio de lo que se espera de todo discípulo. Desde la antigüedad hasta nuestros días, conseguir que a los pobres llegue la justicia es algo casi imposible. De ordinario, la justicia solo la logran los ricos, porque tienen aquellas posibilidades para conseguir algunos abogados que son mercaderes de la verdad, o para sobornar algunos jueces mercantilistas de la justicia. Ellos o ellas con mucha facilidad pueden conseguir que todo camine a marcha rápida. Pero no vaya ser que un pobre pida justicia de algo para que la burocracia del Ministerio de Justicia le de tanta largas que nunca se logre hacer nada. De allí que la viuda es todo un ejemplo de perseverancia en algo tan complicado de conseguir: la justicia.

Considero que en nuestra vida de cristianos se necesita esta actitud para lograr ganar grandes batallas. Es necesario que nuestra fe y oración estén ligadas a la vida, para que nos comprometa con las luces y sombras de nuestro mundo de hoy. De ordinario nuestras oraciones no son más que frases hechas, jaculatorias, oraciones de tiro tradicional, producto de la religiosidad popular que corren el peligro de volverse monótonas, repetitivas y llevan a un “espiritualismo” que no me compromete con nada. Es más, aliena mi conciencia haciendo crear un falseamiento espiritual, que se vuelve una nicotina o una droga que me rellena de un individualismo, que no me hace ver las grandes luchas por las cuales hay que trabajar para conseguir una mejor vida para todos.

Un discípulo que no liga su fe y oración con la vida está condenado a convertirse en una “pieza de museo”. Una Iglesia que se no se compromete con ninguna de la grandes causas de este mundo, está condenada hacer una Iglesia de estructuras caducas, que solo se ve a sí misma. La oración tiene que estar ligada a la acción. Y la acción cuando integra mi vida me da vitalidad, entereza, perseverancia, audacia, coraje, valentía… me compromete a luchar por lo que quiero y deseo; en nuestro caso lo que queremos y buscamos es que el Reino de Dios se haga presente en nuestro mundo. Si lográsemos que nuestro discipulado se meta en la vida, y a esta vida la deseamos poner en sintonía para que Dios sea amado y servido por todos, seguro tendremos una oración constante y perseverante y no una alienante.