P. Miguel Fernández Fariñas c.m.f.: «El artista que se esfuerza en expresar lo inefable, tiene el poder de agradar a Dios»

Estimados amigos: ¡gracias por estar aquí y buenas noches a todos!

Quiero comenzar la presentación de este XVIII Salón de Arte Religioso con una petición expresa. Soy consciente de que un presentador que se rija por los cánones clásicos, no haría esa petición sino cuando estuviera terminando su intervención. Pero a mí no me parece leal ni justo dejar para el final estos dos nombres que han sido y siguen siendo el alma de este Centro Cultural Misionero. Me refiero al P. Carlomán y a Janet Ortiz. Sin ellos no estaríamos esta noche aquí, disfrutando del arte. Lo que pido es una sencilla oración o un aplauso de reconocimiento por su maravillosa labor en este Centro. Espero que lo escuchen con amor, pues con amor se lo dirigimos allí donde estén.

Y, desahogada ya mi alma de esta manera, permítanme que les diga, como nuevo Director de este Centro, unas cuantas cosas que me salen de dentro.

Ante todo, bienvenidos. Esta es su casa. Es una casa compleja, como tal vez les guste a los artistas. Con patio, con dos salas de exposiciones, con un escenario, con una cocina y un comedor para muchos ancianos y enfermos; con espacios de reunión tanto para un grupo de alcohólicos anónimos, como para jóvenes y niños; con algunas habitaciones para descansar y una biblioteca… Y, por tener, hasta tiene un templo, remanso de paz no sólo para los creyentes, sino para todos aquellos que, como dice Jesús, estén cansados y agobiados por el peso de la vida. Todo está a su servicio. Esta casa, toda ella, es su casa. Dios la quiere abierta. Y abierta la tenemos. Sean, pues, bienvenidos.

Lo segundo que quería decirles es una confesión. Contemplando las obras que habían sido seleccionadas para este Salón pensaba para mis adentros: quienes se dedican a las artes plásticas ¡qué difícil deben tener la elaboración de obras comprendidas como arte religioso!  Ante todo, por la propia complejidad de lo que es el arte. ¿Quién se acerca más a la esencia del arte? ¿El que lo definió como el recto ordenamiento de la razón o el que lo entendió como la libertad del genio? ¿El que afirmó que el arte es sencillamente la novedad o el que sostuvo que el arte es belleza y que, siendo ésta el resplandor de la verdad, no hay arte sin verdad? ¿Quién se acerca más? ¿Picasso cuando declaró que el arte no es sino la mentira que nos ayuda a ver la verdad, o los niños, para quienes el arte es más bien la verdad que pone al descubierto la mentira de los adultos? ¿Quién se acerca más? ¿Los que defendieron que el arte debe reflejar la realidad o los que sostuvieron que ha de expresar el mundo interior del artista? ¿Los que establecieron que el arte es siempre un arte de objeto, o los que han implantado que el arte es arte de concepto?

Y, si complejo es delimitar lo propio del arte, no menos es acotar la esencia de lo religioso.  No cabe decir que lo específico de la religión sea el creer en un Ser Supremo, pues tal creencia no se aplica a muchas religiones de Asia oriental o a los pueblos primitivos. Tampoco cabe reducirlo a un sentimiento de dependencia absoluta, pues, en tal caso, se aplicaría más bien a individuos aislados, con olvido de su ámbito social y cultural, tan subrayado por Durkheim. Ni siquiera se puede afirmar que lo propio de la consciencia religiosa sea el temor reverencial ante aquello que, siendo desconocido, misterioso, al mismo tiempo sobrecoge y atrae casi irresistiblemente. No parece que estos elementos que señala Rudolf Otto estén presentes en las experiencias de las religiones asiáticas. ¿Para qué seguir? Baste decir que en 2013 se hizo un estudio según el cual existían en ese momento alrededor de 4200 religiones vivas en el mundo. Con tal laberinto, no es difícil perderse en el camino.

Lo dicho hasta ahora, de manera tan sucinta y pobre, bien puede servirnos, quizás, para ayudarnos a comprender lo difícil que ha debido ser para los participantes en este Salón plasmar artísticamente lo religioso, haya sido con objetos, conceptos o vivencias personales. Únase esa comprensión a nuestra admiración y agradecimiento por su trabajo, más allá de la capacidad que cada uno tengamos para la recepción y apreciación de estas obras.

A los artistas, que saben que exponer es exponerse, no se les escaparán dos cosas:

– Una, de Umberto Eco, cuando afirmó –a mi entender un tanto exageradamente- que la obra de arte sólo existe en su interpretación, en la apertura de múltiples significados que puede tener para el espectador, quien puede descubrir algunos que el artista ni conocía.

– Y otra, expresada por Goethe, en su conocida frase: «¡Como cada rosa, también cada artista tiene su insecto!»

¡No se asuste, pues, ningún artista por lo que se afirme de su obra, tanto si lo que se dice la enriquece como si la empobrece! De todo tiene que haber -decimos en nuestro idioma- en la viña del Señor.

Lo último que deseo deciros tiene que ver con algo referido en la Biblia, concretamente en su primer libro, el del Génesis. Cuando se relata la creación del mundo por Dios, se va diciendo repetidamente: “Y vio Dios que todo era muy bueno”. Quiere eso decir que todas nuestras raíces son buenas, muy buenas. Y más todavía: que hemos sido creados para agradar a Dios. El artista que se esfuerza por expresar lo religioso, lo inefable, lo sublime… sepa que ese simple hecho suyo tiene el poder de agradar a Dios. ¿Y qué  mejor recompensa puede aguardar que ésa, la de cautivar a Dios?

También tienen ese poder los que, con tanto esmero y dedicación, han preparado este Salón: Mirta, Carmen, Belkis, Glen, Carlos Javier y nuestro admirado Antonio Fernández Seoane, curador de esta exposición. En efecto, cada uno con su trabajo agrada a Dios y, de resultas, nos seducen hasta estremecernos. Gracias de todo corazón.

… Pero no nos alarguemos más, que ahora viene lo mejor

 

Palabras de Bienvenida durante la Inauguración del XVIII Salón Nacional de Arte Religios. Centro Cultural y de Animación Misionera San Antonio María Claret. 21 de diciembre de 2017