Rodolfo Tamayo: «me da placer saber que estoy aportando algo nuevo»

Nuestro invitado de hoy, Rodolfo Tamayo Castellanos, además de escritor en múltiples géneros es investigador y, a mi modo de ver, arqueólogo, pues con sus puntuales indagaciones históricas permitió que se definiera la casa del escritor Sócrates Nolasco. Flamante director de Ediciones Caserón, de la Uneac, cargo al que accedió no sin pocos sacrificios ha sabido guiar esa nave, en ocasiones desbrujulada, con un tesón que ya muchos quisieran poseer para nuestros más nobles empeños. Rodolfo es de esas personas con las que nos tropezamos raras veces en la vida. Provisto de un temperamento cuasi londinense, por su mesura y corrección; de incansable batallar por la literatura y sus afines; pero ante todo, dueño de una humildad y modestia tan relevantes, que a veces resulta molesta para quienes sabemos que él merece mucho más de lo que brinda. ‘

Puesto de acuerdo con Noel Pérez (nuestro anterior invitado), hicieron “zafra” conmigo en el espacio Amistades Peligrosas[1], incluso con el empleo de armas blancas (conservo las evidencias en el póster promocional), y al final, para suavizar, me regalaron un animado de El libro de la selva. Así es de buena gente Rodolfo. Y para que no se ruborice, concluyo con esta presentación y le doy la bienvenida a  El patio de los sueños.

José Orpí Galí (JOG): Sabemos que eres el director de Ediciones Caserón, de la Uneac, pero para llegar ahí han ocurrido varias situaciones en tu vida profesional. ¿Por cuáles vericuetos se ha deslizado Rodolfo, y cuál ha sido su trayectoria durante su vida universitaria?

Rodolfo Tamayo (RT): Buenas tardes. Siempre, cuando hablo con los estudiantes (que a veces llegan por la editorial, hacen algo llamado práctica pre-profesional) les digo que trabajen y que no se preocupen por otras cosas, pues uno a veces no sabe quién te está observando. (…) Trabaja y ya, olvídate de lo demás. (…) Las cosas han llegado por sí solas. He tenido la suerte de que no he tenido que salir a buscarlas, siempre me han dicho, y creo que es verdad, que lo mejor no es lo que tú pides sino lo que te ofrecen; no tienes que salir tú a pedir… y he tenido la suerte de que han llegado así. Estando en cuarto año de la carrera [de Letras], en Extensión Universitaria me dicen, «ya que tú siempre has hecho peñas y actividades, por qué no las haces para nosotros y te pagamos», y yo dije, «bueno, perfecto, no tengo ningún problema con eso». (…) entonces yo comienzo a trabajar en la universidad desde cuarto año (…). Me gradúo, en 2010…  fui el más integral de mi facultad, uno de los más integrales de la universidad, di hasta el discurso de graduación, y cuando llegaron las plazas de ese año me tocó Cultura Provincial. Allí no trabajé ni un día (no había nada que darme para hacer), y entonces dije, «miren, yo tengo todavía un contrato abierto en la universidad como profesor, ya que aquí no hago nada, libérenme y me voy para a universidad». Me dieron la liberación enseguida y me fui para la universidad, ya sí como profesor a tiempo completo. En uno de los eventos que hace la Uneac, en 2011, a raíz de una investigación que yo hice sobre el Cenáculo, (…) Deisy Cué me dice que creían que yo debía estar en la comisión organizadora del evento, pues era el que sabía sobre ese tema; y dio la casualidad que antes del evento todos los organizadores se enfermaron y entonces yo, que no era de la Uneac y que iba a hacer una participación un poco aleatoria, medio que decorativa, de momento me vi con el Encuentro de Escritores Orientales encima de mí y, bueno, lo hice lo mejor que pude. El presidente de la Uneac, Rodulfo Vaillant, vio el desempeño y la pareció bien y me dijo, «Ahora mismo la editorial no tiene director, ¿por qué no vienes para acá?». Yo le dije «Está bien, vamos a sentarnos un día y hablamos de eso». Pasó el tiempo y nos encontramos en Arte Soy[2] y me dice el presidente de la Uneac, «No me has dicho nada de la editorial, ¿no te interesa?», y le dije, «Lo que pasa es que eso fue una conversación de pasillo, eso hay que sentarnos y hablarlo con calma». Nos sentamos, hablamos… fue una decisión bastante difícil pero en aquel momento la podía tomar (…). Puse las cosas en una balanza, creí que lo podía hacer, porque además era lo que me gustaba, pues en la universidad aunque estaba atendiendo literatura, perdía mucho tiempo atendiendo facultades, galas, todo ese tipo de cosas que sabemos pueden convertir a la universidad en una maquinaria que te aplasta, y de cierta manera me alejaban del motivo inicial por el que había cambiado de carrera (yo había estudiado ingeniería eléctrica y en cuarto año cambié para Letras, en fin, entré en la universidad en 2000 y me gradué en 2010); y dije me voy para la editorial. Siempre me han gustado los retos, y sobre todo había algo que fue lo que ayudó a decidirme, y es que yo no sabía si me iban a salir bien las cosas, y eso me gusta. Cuando no estoy seguro si algo me va a salir bien, generalmente le pongo más empeño. (…) Yo ni siquiera en la carrera había dado edición; cuando aquello nos pasamos cinco años en la carrera y considerábamos que era una carrera incompleta; cuando los estudiantes se graduaban y debían salir para el medio descubrían que no daban promoción (no sabían cómo iban a promover algo), no daban edición (entonces caías en una editorial y no sabías qué hacer), etc. Y pedíamos una serie de reformas que ahora, por suerte, muchos de esos estudiantes hoy la están recibiendo; pero en mi tiempo nosotros teníamos que formarnos por nuestra cuenta: lo que sabíamos era por los golpes, buscando aquí y allá. Y dije «bueno, vamos para allá». Ahora un poco ya uno está “montado en el caballo” y uno ya sigue el ritmo, pero en aquel momento, cuando llegué allí, te juro que no sabía cómo iba a echar andar aquello. Realmente era un reto bastante grande para mí.

JOG: Bueno, casi que has respondido mi segunda pregunta, pero como ya la tengo escrita, la hago: Trabajar actualmente en una editorial resulta una ardua tarea; pero al ser director de una editorial se multiplican los retos: ante autores, editores, temáticas, carencias y otras hierbas de semejante aroma. ¿Cómo ha vadeado y vadea Rodolfo su papel al frente de ediciones Caserón?

Rodolfo Tamayo y José Orpí. Foto: Mirtha Clavería

RT: Ahí queda para responder bastante. Realmente es un dolor de cabeza, y cada vez es peor… bueno, tú eres autor y estás sufriendo ahora que no hay ni papel para hacer libros en estos momentos. Uno debe tener bastante paciencia, bastante inteligencia, saber vadear las cosas, ser político (de cierta manera) porque las personas son susceptibles y una negativa no debe hacer, a quien la recibe, sentirse herido. (…) Siempre las negativas son bastante molestas y no todo el mundo las toma de la mejor manera, y entonces uno se ve envuelto en cada lío y pasa sus ratos incómodos. Y es bastante difícil porque uno tiene que lidiar con el carácter de mucha gente, y sabes que los artistas somos un poco molestos. Y hay algo que yo se lo agradezco a Aymara [Vera][3]… cuando yo empecé ella me apoyó mucho, yo le dije «Alfabetízame, porque yo de editorial no sé nada». Y algo que ella me dijo y que he tratado de seguir fielmente con eso: «A la gente dile la verdad, trata siempre de no engañar a nadie, (…)  siempre he tratado, en la medida de lo posible, de decir, «mira, no te puedo publicar por esto, o por lo otro»; a veces uno se lo acomoda un poquitico más o un poquitico menos pero siempre he tratado, en la medida de lo posible, de decirles la verdad.

JOG: Tu bibliografía no es tan diversa y prolífica como mereces. En relación con otros coterráneos has ganado pocos premios. ¿Qué libros ha publicado Rodolfo y por qué no vemos su obra con mayor frecuencia en las librerías?

RT: En primer lugar, escribo bastante lento. No soy alguien de mucha producción. Sí en mi casa tengo cajones de cosas que escribo, pero que están ahí, a veces no llegan a ningún lado, a veces las tengo para en un futuro desarrollarla, pero no escribo muy rápido. (…) Eso es lo primero. Lo otro es que considero que (tal vez no a mi ritmo) un artista, un escritor debe darse su tiempo entre obra y obra. A veces vamos en una carrera por publicar y publicar, y todos los años publicar un libro, y al cabo de cinco años tienes una serie de libros y son prácticamente igual. A mí nunca me ha gustado que un libro sea como una especie de la colita del libro anterior, o lo  que se me quedó por decir en el libro anterior, o el hermano gemelo del libro anterior. Siempre he tratado de que tengan una vida propia y por tanto trato de tomarme un tiempo, reevaluarlo, reposarlo, volverlo a trabajar; y esa es la segunda característica por la cual no escribo mucho. La tercera, es que me gustan los temas difíciles, y los temas difíciles llevan un tiempo. Habrás visto el libro del Cenáculo (José Manuel Poveda y yo: textos recobrados), que salió a dos manos con León Estrada; estoy terminando uno que se debe llamar Los poetas del Cénaculo, y esos son libros que llevan una cantidad de tiempo que tú ni te imaginas, porque yo me formé en la escuela de Deisy Cué, que es la escuela del rigor; Deisy a veces en la maestría me volvía loco: por cada pregunta me daba una cantidad de libros a leer. (…) Yo le decía: «Deisy, es para contestar esta cosita», y ella me decía, «Pero no importa, tú tienes que leerte todo esto para saber…», y allá iba yo a leerme aquella montaña de libros, lo cual le agradecí porque salí con una información no solo del tema que estaba tratando, sino de todo el contexto, que luego me han servido de muchas cosas. No era solo comprender el fenómeno, sino todo lo que lo rodeaba, todo lo que lo provocó, y todo lo que ese evento provocó después; que son varias cosas. Entonces esos libros llevan años de investigación y de rigor; porque ella me enseñó a tratar de buscar hasta el último detalle, la última pista, lo más certero posible que fueran las cosas. (…) Ahora estoy trabajando también el tema de lo que son las fortificaciones españolas durante las guerras de independencia; e igual: buscar hasta el último detalle, la mínima información. He ido personalmente a los lugares. Las cosas que he encontrado han sido… porque buscando una cosa uno encuentra otra. (Eso también me lo enseñó León Estrada; él me dijo una vez «Todo lo que no sirve para potaje, te sirve para sopa o para congrí». Yo cuando empecé a investigar no tenía conciencia de las cosas, y miraba nada más lo que me interesaba y malamente. Entonces ahora yo lo tomo todo y ya lo tengo ahí. No me sirve ahora, pero me puede servir y ya lo tengo ahí a mano). (…) En uno de los viajes que fui, por ejemplo, a Ramón de las Yaguas, buscando uno de los fuertes que había allí (…) buscando las ruinas, la gente me dice, «Allí las únicas ruinas que hay son estas» y cuando llego allí me quedé frío: era un palacio en medio del monte, un palacio en ruinas, pero aquello era gigantesco; son alrededor de ocho terrazas con fuentes, columnas, todo el sistema hidráulico. Esas eran las ruinas de un cafetal, se llama Santa María, y cuando se lo llevé al Conservador, a Yaumara López en el Café Dranguet[4], resulta ser, como bien me habían dicho la gente de la zona, que ellos no conocían la existencia de ese lugar (…) Y todos esos lugares tienen historia, tienen leyendas, (…) Entonces, todo este tipo de cosa me lleva mucho tiempo, lo cual disfruto. A veces me vuelvo un poco obsesivo en esto de buscar hasta el último detalle; pero son textos que, sin lugar a duda, cuestan trabajo hacerlos, pero lo disfruto mucho; (…)  Eso me da bastante placer, saber que estoy aportando algo nuevo, que no estoy haciendo algo más en el camino trillado y más de lo que sabe la gente.

(…)

JOG: Santiago de Cuba, una flor y un crepúsculo, es decir, total belleza. ¿Qué es para ti esta ciudad?

RT: Santiago de Cuba es una de las cosas que más yo quiero. Me resultaría muy difícil adaptarme a otra ciudad. Es una ciudad que a veces puede ser maldita y a la vez puede ser bendita. Tiene una belleza y una historia y una gente y cosas que a veces no apreciamos. (…) Para mí Santiago es eso, un lugar del que no quisiera irme (quizás algún día me vaya, no sé; uno no sabe los caminos por los que te lleve la vida). Pero, si algo yo quisiera, es eso, permanecer.

(…)

JOG: Bueno, aquí hay una pregunta obligatoria ¿Cuáles son tus sueños?

RT: Esa si es más difícil. (…) Creo que he cumplido varios a lo largo de mi vida, (…) yo no me imaginé estar haciendo lo que estoy haciendo hoy, me tocaron tomar decisiones (la misma de, después de cuatro años de Ingeniería Eléctrica, cambiar para Letras), y las cosas han ido sucediendo (…). Yo lo que sí dije una cosa… (…) no recuerdo quién fue que dijo: «Este es mi tiempo y debo vivirlo ahora», y entonces un poco que sigo esa filosofía: si me voy a morir, me voy a morir haciendo lo que más me gusta hacer, que por lo menos uno siente que es menos trabajo. Y es por eso que cambié para Letras, porque escribir (escribir en serio, ¿no?), en aquel momento, era un sueño; se convirtió en algo que ya es mi realidad. Tener libros publicados, que tengo; quizás tener una obra lo más digna posible, que pueda sostenerse. Tener una familia. Tener un salario que permita algún día estar acorde con todo el trabajo que uno pasa. Y que Cuba finalmente encuentre un rumbo acorde para los cubanos, que se lo merecen.

[1] Peña Literaria que durante un tiempo llevaron de manera conjunta Rodolfo Tamayo y Noel Pérez, en la cual se invitaba a un escritor de la ciudad para conversar sobre su vida, obra y lecturas. El espacio se caracterizaba por los jocosos carteles promocionales, en los que los invitados aparecían constantemente “amenazados” por los entrevistados.

[2] Programa de la televisión provincial, dedicado a la cultura y en el cual Rodolfo Tamayo tenía una sección de promoción literaria.

[3] Entonces directora de la Editorial Oriente

[4] Institución dedicada al estudio del patrimonio cafetalero de Santiago de Cuba.