A propósito de la declaración del 2021 como «Año claretiano»

Como parte del camino de recordación de los trabajos publicados en números anteriores de la revista Viña Joven, y con motivo de la declaración del próximo 2021 como «año claretiano»; queremos compartir esta Homilía en el 150 aniversario de la llegada del P. Claret a Santiago de Cuba, celebrada el 18 de febrero de 2001 por el entonces Superior General de los Claretianos, Aquilino Bocos Merino, C.M.F., Superior General

y publicada en el número 8 de Viña Joven, correspondiente al trimestre octubre-diciembre de 2001

 

Querido Señor Arzobispo de Santiago, Don Pedro Meurice.

Queridos Hermanos y Hermanas de la Familia Claretiana.

Queridos Hermanos en el sacerdocio y en la vida consagrada.

Queridos cubanos y cubanas, hermanos todos en Jesucristo, el Señor.

 

  1. El 18 de febrero de 1851, tomaba posesión de esta Archidiócesis y hacía su entrada oficial en esta catedral, Mons. Antonio María Claret. Hoy, a 150 años de distancia, el Sr. Arzobispo de la Archidiócesis, el clero, los religiosos y los fieles de Santiago y los representantes de los Institutos que formamos la Familia Claretiana, con los ojos de la fe puestos sobre la historia de este siglo y medio y con el corazón rebosando admiración y gratitud, nos congregamos en la misma Catedral para alabar y bendecir al Señor por el don del P. Claret a esta Iglesia particular, a todo el pueblo cubano y a la Iglesia universal.

No venimos a evocar el hecho social de lo entonces acaecido. Por muy grande que fuera la resonancia que pudo tener en la ciudad de Santiago y en el Oriente la entrada del Arzobispo Claret en la Archidiócesis, probablemente no se diferenció demasiado de lo que pudo suceder en la entrada de otros beneméritos Pastores que le antecedieron o que le siguieron. Si hoy recordamos aquel acontecimiento es porque, a siglo y medio de distancia, la figura de Antonio María Claret es especialmente significativa no sólo para los santiagueros y los cristianos de Cuba, sino para todo el Pueblo de Dios. Y lo es especialmente para los Miembros de la Familia Claretiana, heredera de su espíritu carismático profético y misionero.

  1. Al recordar hoy la llegada de Claret a la perla de Las Antillas, tierra de la Virgen de la Caridad del Cobre, Madre y Señora de todos los cubanos, lo hacemos desde la altura y densidad con que la liturgia contempla la figura del Santo Arzobispo y Fundador.

2.1. “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. El mandato de Jesús resucitado a los Apóstoles, tal como nos lo refiere el evangelio que hemos escuchado, fue acogido por Claret como imperativo para toda su vida. Claret llegó a Cuba como experimentado misionero. Vivió en Cuba como Arzobispo Misionero y murió en exilio con la satisfacción de haber sido, ante todo y sobre todo, misionero. Se sintió en todo momento llamado a anunciar la Buena Nueva del Reino a todos los hombres y mujeres, a todos los pueblos y culturas. Él que, al proponérsele el ministerio episcopal, veía restringido su radio de acción y se resistía a aceptarlo porque “su espíritu era para todo el mundo”, poco a poco vio ensanchar su corazón de apóstol en Cuba. Siendo Obispo Misionero en una Iglesia particular se sintió en comunión con toda la Iglesia y a sus seguidores en la misión apostólica, desde su experiencia y doctrina, les abrió horizontes insospechados para la evangelización. El contacto directo con la realidad despertó en su corazón compasivo actitudes y proyectos de solidaridad con las causas de los pobres, de los marginados, de las niñas y niños abandonados, de los presos, de los enfermos, de los obreros y de los campesinos. Se preocupa especialmente de los seminaristas y sacerdotes y de las familias. Espontáneamente conjuga el quehacer de cada día con una mirada amplia hacia los acontecimientos sociales y culturales. Dedicado a su Iglesia de Santiago, no deja de pensar y cooperar, a una con la M. Antonia París, Fundadora de las Misioneras Claretianas, por la renovación de la Iglesia universal. Se siente discípulo de Jesús y ministro del Evangelio, como los apóstoles. Trabaja con la Palabra de Dios en la mano y desde el corazón, denunciando los derechos lesionados y cuidando de no provocar conflictos que perturbasen inútilmente a las personas e instituciones. Siempre aprovechando las ocasiones y medios posibles para que Dios Padre fuera conocido, amado y servido por todas las criaturas (Cf Aut 233).

2.2. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a vendar los corazones desgarrados”. Estas palabras del profeta Isaías, que Jesús se aplicó a sí mismo en la sinagoga de Nazaret, encierran para Claret el sentido y el modo de responder a su vocación misionera. La suya, y la de sus misioneros, como él mismo nos dijo haber entendido en la oración (Aut 687). Claret se había formado en la escuela de los profetas cultivando la escucha de la Palabra de Dios y el discernimiento de los acontecimientos y situaciones sociales. En su Autobiografía narra: “Había muchos pasajes —tomados de los profetas— que me hacían tan fuerte impresión que me parecía que oía una voz que me decía lo mismo que leía” (Aut 114). La Palabra de Dios se volvía fuego en sus entrañas y por eso atestigua: “No puedo callar”. Los años que pasa en Cuba están llenos de ocasiones en los que se sentirá urgido a implantar la justicia y el derecho (Is 42, 4) y a buscar la liberación de los oprimidos (Luc  4,18). Por eso, habla, escribe y emprende obras sociales, todavía en nuestros días sorprendentes por innovadoras.

2.3.  La caridad de Cristo me apremia. Son palabras de S. Pablo a los Corintios, que figuran en el escudo del Arzobispo Misionero. Él mismo en la Carta pastoral al pueblo comenta: «Ya sabéis, hijos, que este mote es nuestro timbre, nuestra divisa, nuestro todo; pues que la caridad de Cristo nos ha hecho emprender tanto trabajo en visitaros, exhortaros, en catequizar y disponer vuestros corazones para administraros los santos sacramentos; y no podemos menos de dar a Dios Nuestro Señor las más rendidas gracias por haberos dotado de un corazón dócil y dispuesto a la virtud; y esperamos, por lo mismo, que la semilla de la divina palabra, que hemos predicado, dará el fruto centuplicado” (Escritos pastorales, BAC, p. 198). Su intensa vida de oración, la profunda vivencia del Misterio Eucarístico y su tierna y vigorosa filiación cordimariana fueron fogueando continuamente su corazón hasta poder llegar a decir con el apóstol S. Pablo: “no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).

  1. La pasión por el anuncio del Evangelio, su ministerio profético y su ardiente caridad son los tres rasgos que subraya la liturgia cuando celebra la fiesta de San Antonio María Claret. Hoy, al hacer memoria de su entrada en su sede episcopal, intentamos que esta celebración sea un auténtico reencuentro de Claret con la Cuba de hoy; con América Latina, la “viña joven” como él la calificó.

Sí, Claret se reencuentra con el pueblo al que tanto amó y al que no ha dejado de amar. Y su reencuentro lo realiza a través de una triple presencia. Está aquí su brazo derecho; está su comunidad cristiana presidida por su Pastor, con sus sacerdotes, religiosos y fieles; y están algunos representantes de la Familia Claretiana.

3.1.  El Claret que se reencuentra con Cuba, ya no es sólo el Arzobispo que llegó hasta aquí para cumplir la misión que le había confiado la Iglesia pocos días después de haber fundado la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María y haber establecido su añorada Librería Religiosa. El Claret que hoy se reencuentra con Cuba es el santo que estuvo aquí durante seis largos años y que continuó su camino de misionero apostólico a través de otros servicios eclesiales hasta su muerte en el exilio. Fue confesor de la Reina y Padre del Concilio Vaticano I; fue director espiritual de muchos santos y santas y escribió un buen número de libros y opúsculos para difundir la fe y ayudar a crecer en la vida cristiana. Es el santo que mantuvo siempre especial cuidado por los sacerdotes y los religiosos y promovió la vocación evangelizadora de los laicos. Es el Santo que prestó particular atención a los pobres y marginados; que no soportaba las injusticias ni las discriminaciones y tuvo que aceptar la persecución, la calumnia y el destierro. Es el Santo que no ha dejado de interceder por Cuba, a la que quiso regresar en los últimos años de su vida.

3.2.  Su presencia, es verdad, se hace especialmente tangible por la reliquia de su brazo derecho con el que tantas veces mostró al pueblo el Evangelio y la cruz de Cristo; con el que bautizó, confirmó y consagró; con el que  constantemente bendijo a este pueblo; con el que indicó el camino de la paz y de la reconciliación. Es el brazo que fue herido en el atentado de Holguín. Con esta mano repartió el pan a los pobres y el pan de la Eucaristía y escribió pastorales iluminadoras para el clero y para sus fieles y tantos opúsculos sobre los más diversos temas. Al contemplar y venerar este brazo levantado hacia lo alto, bien podemos pensar que quiere ser expresión de permanente intercesión por todos y cada uno de los miembros de esta Iglesia y de esta noble nación.

3.3. De todos modos, con ser tan relevante esta presencia de Claret en su reliquia, es más importante su presencia espiritual en su comunidad cristiana, que ha continuado cultivando fielmente, de generación en generación, la fe predicada y testimoniada hasta el derramamiento de su sangre en Holguín. Son muchos los recuerdos que conserváis de su paso por aquí y sois testigos de la labor de sus misioneros y misioneras en la Archidiócesis. Claret, aun muerto, habla todavía por el misterio de la comunión de los santos. Su presencia, vivida en la fe y en la esperanza, renueva en todos nosotros el deseo de amar más a Dios y al prójimo. Claret sigue siendo nuestro Padre y compañero de camino en el peregrinar por este mundo. Estando en la presencia del Señor (cf 2 Cor 5,8) y habiendo completado en su cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1, 24), no cesa de ofrecer por nosotros los méritos conseguidos mientras ejerció aquí su ministerio. Esto debe alentarnos pues su paternal solicitud contribuye a remediar los límites de nuestras debilidades (cf LG 49).

3.4. Estamos también en esta celebración algunos representantes de la Familia Claretiana. Los Misioneros Claretianos porque la Congregación, recientemente fundada, llegó a Cuba en la persona de su Fundador y uno de sus confundadores. Las Misioneras Claretianas porque la M. Antonia París y el P. Claret, en esta ciudad de Santiago, inspirados e impulsados por el Espíritu Santo, fundaron una Congregación dispuesta a trabajar hasta morir en enseñar el Evangelio a toda criatura. El Instituto Secular «Filiación Cordimariana» porque, ya antes de venir Claret a Cuba y durante su estancia en Santiago, trabajó para que hubiera almas consagradas, que teniendo como morada y fragua el Corazón Inmaculado de María, fueran testigos del Evangelio en el mundo secular. Los Seglares Claretianos porque su Movimiento se ha inspirado en el espíritu de Claret, quien les acogió e impulsó a entregarse de lleno a la evangelización en todas las esferas sociales, tal como aparece en la fundación de las Bibliotecas populares y en el plan de la Academia de San Miguel. Se hallan, igualmente, los miembros de los Institutos, fundados por otros Claretianos: las Misioneras de María Inmaculada, las Misioneras Cordimarianas, las Misioneras de la Institución Claretiana y las Misioneras de San Antonio M. Claret. Creemos todos firmemente que nuestro estilo de vida y nuestro trabajo apostólico están profundamente marcados por la experiencia apostólica de San Antonio María Claret en Cuba. De su amor entrañable a la Iglesia y al pueblo, de su modo de situarse ante los hechos sociales, de su ingente inventiva y creatividad, la Familia Claretiana, extendida hoy por todo el mundo, ha aprendido a evangelizar desde la solidaridad con el pueblo, sobre todo con sus gentes más pobres y necesitadas; ha aprendido a amar a todos los hombres, mujeres y niños sin fijarse en el color ni en su condición social; ha captado la necesidad de situarse e inculturarse en los contextos que evangeliza; ha valorado y promovido el puesto que tienen los seglares en la misión de la Iglesia; ha tratado de armonizar evangelización y promoción humana.

Hoy comenzamos el V Encuentro de los representantes de estos Institutos bajo el tema: “Familia Claretiana, Familia solidaria”. Quiere ser reafirmación de nuestra inspiración carismática y profética en el Claret Arzobispo Misionero en Cuba y quiere ser una renovación de nuestro empeño por hacer propias las angustias esperanzas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En este empeño está y seguirá estando privilegiada la atención que, por gratitud y afecto, nos merece Cuba. Nuestra celebración hoy no es un punto de llegada, sino de partida para, durante estos próximos años, reflexionar, discernir y empeñarse más y más en hacer nuestra la causa de Jesús, el Reino de Dios, en Cuba, en América Latina, en el mundo entero. Habremos de esforzarnos por ser agentes de diálogo, de comunión y de solidaridad.

  1. Es claro que la Cuba con la que se reencuentra nuestro Santo no es la misma que la de su tiempo de Arzobispo. Conocéis mejor que yo vuestra propia situación y no hace falta describirla. Cuba se halla inmersa, a la vez, en el dinamismo del mundo que progresa y del complejo sistema de interacción y de dependencias recíprocas, que provoca fuertes desajustes, profundas contradicciones y abismales desequilibrios. Nos hacemos cargo de lo que cuesta soportar el duro peso del bloqueo y de la deuda externa y las presiones del neoliberalismo económico. No podemos dejar de denunciarlo. Mirando la realidad con ojos misioneros vemos que el punto de convergencia en este reencuentro claretiano se condensa en el mensaje que Juan Pablo II dirigió al pueblo cubano en la Eucaristía celebrada en esta ciudad: “que todo el pueblo cubano conozca a Jesucristo y lo ame. La historia enseña que sin fe desaparece la virtud, los valores morales se oscurecen, no resplandece la verdad, la vida pierde su sentido trascendente y aun el servicio a la nación puede dejar de ser alentado por las motivaciones más profundas. (…). La Iglesia llama a todos a encarnar la fe en la propia vida, como el mejor camino para el desarrollo integral de ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, y para alcanzar la verdadera libertad, que incluye el reconocimiento de derechos humanos y la justicia social” (Juan Pablo II, Santiago, 24-I-1998).

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Queridos Hermanos y Hermanas: Es justo que celebremos con gozo el don de Dios en el Arzobispo Misionero Claret, quien irrumpió con una singular fuerza profética en un mundo nuevo para él. Su espíritu no ha muerto. Su estela sigue irradiando luz y vida en su comunidad cristiana y en su Familia carismática. Era, pues, una obligación venir a testimoniarlo y agradecerlo a una con esta Iglesia de Santiago, presidida por Mons. Pedro Meurice, sucesor del P. Claret.

A la vez que os agradecemos a todos los aquí presentes la participación en esta Eucaristía, queremos invitaros a mirar hacia adelante con aquella fe y esperanza que tanto inculcó Juan Pablo II en su visita a esta Ciudad. Estamos iniciando un nuevo milenio que se nos presenta lleno de estímulos y expectativas. El nombre de Claret es un grito que despierta siempre ilusión, audacia e inventiva para proclamar los valores del Reino. Claret sigue siendo un hito de referencia vivo para quienes quieran vivir coherentemente su fe y entregar su vida por la causa del Reino de Dios. Jesús sigue necesitando quienes, con absoluta abnegación de sí mismos, se consagren por completo a predicar las bienaventuranzas y a ejercitarse en la compasión como el buen Samaritano.

Al participar hoy en la Eucaristía renovemos nuestro compromiso de ser testigos de fraternidad, de reconciliación y de esperanza. Pidamos a la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba y madre de todos los cubanos, que haga de esta nación un hogar de hermanos y hermanas; que bendiga a sus Pastores, a sus sacerdotes, religiosos y laicos católicos y que bendiga, particularmente, a los jóvenes para que no olviden el encargo del P. Varela a sus discípulos: “Diles que ellos son la dulce esperanza de la patria y que no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad”. Que bendiga las familias y a todos y cada uno de cuantos, con buena voluntad, colaboran en la transformación de la sociedad según el designio de Dios.

 

Santiago de Cuba, 18 de febrero, 2001.

Aquilino Bocos Merino, C.M.F.

Superior General