Ser o parecer[1]

Por: Otoniel Vázquez Monnar (Psicólogo)

 

  1. El camino angosto.

Lo evidente es una pregunta no hecha. Lo que muchas veces llamamos realidad descansa sobre la ilusión ciega de una familiaridad no interrogada, que deviene de condiciones de vida conocidas y confiables. Familiaridad que nunca está desarticulada de lo sorpresivo, lo desconocido y desconfiable ya que es la contrapartida que le da sentido. Es en esta dualidad donde el desconcierto implica un desgarramiento que refuerza la constitución de esta mal llamada verdad a través de la sutura con el dogma; no como axioma sino como discurso lógico en relación a ciertos valores.

El discurso del dogma es aquel que por naturaleza excluye la interrogación, siempre y cuando ésta no sea propuesta por él. Pero además llega al punto de negar la posibilidad de ser confrontado con preguntas ya que la pregunta es quien abre paso a la real verdad. El argumento propuesto por el discurso dominante es el velo con que se cubre la existencia, la ficción adormecedora que intenta alejarse de esta angustia que es vivir. Intento vano porque la pregunta desgarra con violencia el argumento (aprovechando sus fallas)[2] y legitima el viaje hacia la deconstrucción como camino salvífico, es decir, la angustia como facilitadora de felicidad, en tanto no existe la una sin la otra. Preguntar es parir la sorpresa, y la sorpresa en manos de “otro” con una postura ajena determina miedo a la pérdida del sentido de la noción acrítica de realidad: la seguridad y el control.

Tomando la realidad como ilusión desarraigada de la interrogante, entonces ¿qué nos queda? Nos queda la duda como verdad, lo real es la pregunta, lo demás es narrativa.

Si entendemos que lo que tenemos como verdad se esgrime como dogma, y este —insisto— se concibe como discurso incuestionado, entonces, sospechar es la postura adecuada para Ser en Verdad. A lo real se va por la senda de la desconfianza, lo inverso del sentido dado por la ley[3]. Se hace necesario derogar la narrativa. Pero sospechar no es fácil, implica de todos modos articular un sentido ya que vivir es también vivir en y con sentido, pero al menos más depurado de seguridad, control y ansias de poder o lo que es lo mismo más cerca de la sorpresa.

  1. La orden

Cuenta Tony de Melo que un señor iba sentado en un ómnibus cuando en una de las paradas sube una persona con un solo zapato y se le sienta al lado. Preocupado y con deseos de ayudar el señor le alerta —Oiga, disculpe pero ha perdido un zapato— y el otro con tranquilidad le responde —No, en realidad he encontrado uno—. La moraleja escrita en el cuento sigue a continuación: Es evidente para mí lo cual no significa que sea cierto.

Marx, Nietchze, Levi-Strauss, Max Weber y Freud entre otros renegados y enaltecidos, han sido maestros de la sospecha. Todos sospechaban de los saberes establecidos y no se negaron a interpelar el discurso filosófico, religioso, político o científico de sus épocas. De ahí que se vieron necesitados a teorizar sobre los procesos de dominación y manipulación.

Weber dice que la dominación requiere de un mínimo de creencia, a través de la cual se canalice la obediencia y la disciplina; se necesita de un mínimo de libido, de deseo por parte del otro para ejercer la dominación. El autor desglosa varios tipos de dominación: la legal (referida a lo político-social), la tradicional (ligada a las costumbres y tradiciones) y la carismática (aquí en el influjo libidinal está la fortaleza). Esta tipología es solo para el análisis, nunca sucede así sino como una fusión de todos estos elementos, pero lo que se articula es que hay un enamoramiento de ciertos valores a partir del cual se domina.[4] Depositamos libido en ellos. Primero nos enamoramos; luego somos incondicionales. El primer paso del discurso dominante es por tanto enamorar, convencer con un sueño a muchos y confundir mayoría con razón. El poder no se articula solo desde lo jerárquico sino desde lo consensual, lo horizontal. Cito a Marx cuando dice: “La historia no hace nada… no libra ninguna lucha.

Es sobre todo el ser humano, el ser humano concreto y vivo, quien lo hace todo, quien posee y quien lucha…. La historia no es más que la actividad de los seres humanos en busca de sus propios objetivos.”[5]. Y la interferencia con lo planteado por Weber se hace evidente. Somos nosotros los que revestimos nuestra condición humana con esa red de pasión que nos ayuda a vivir y a morir.

En fin, la oportunidad está dada. Y quien domina la conoce. Son varios los paradigmas de manipulación y dominio que se acogen a la perfección a esta lógica (el carismatismo religioso, el fundamentalismo ya sea religioso o político y los ideales espirituales y sociales que enarbolan las causas caudillistas; por solo citar tres) sin embargo hay uno concebido por mí como modelo resumen y es el paradigma del mercado, donde la manipulación es solapada como en los otros pero quien domina no da la cara,[6] se oculta y engaña con su muerte para volverse totémico e indefinido y así escaparse del control. Para nunca ser el posible punto de descarga de malestar a la vez que domina. [7]

El mercado no es solo una manera de comerciar sino una ideología. Sabemos que como seres sociales no somos sino en presencia del “otro”. Lo propio de la vida social es ser en relación a los demás, y el mercado ha establecido una co-presencia de carácter teatral, es decir, lo privativo de la vida humana es aparecer ante los demás. El dilema entre ser y parecer es resuelto como: ser es parecer. Representar constituye la postura establecida de ser en el mundo y lo que se representa es el contenido tejido de manos del mercado. Repito, para existir hay que ser visto y sobre todo hacerse ver. Quien no es visto a la manera del mercado no existe. Se es lo que se aparenta. Consumir imágenes es el mandato. La “marca” se constituye como recurso para la identificación. Donde si no consumes no “eres” y al final el fetichismo se convierte en una familiaridad cotidiana. Objetos que se imponen a consumir, a partir de enamorarnos de imágenes referenciales a valores de felicidad. No en vano Freud definía al Yo como un mercado persa: somos más libres si usamos el “producto de la libertad”, más inteligentes si usamos mejor la tecnología, más auténticos si representamos la autenticidad en el teatro de la sociedad según el libreto que impone una revista. Se desautorizan las figuras tradicionales (representantes religiosos y políticos) y se autorizan las del mercado (deportistas, artistas, modelos, y demás). La mujer es un set de maquillaje. Theodor W. Adorno en Identidad e Ideología refiere: “Identidad es la forma originaria de ideología. Su sabor consiste en su adecuación a la realidad que oprime. […] Ciertamente, suponer la identidad es, incluso en la lógica formal, lo que hay de ideológico en el puro pensamiento.” [8] Aunque el alcance de esta cita es mayor que el contexto donde está ahora significo que la ley de consumir se articula a través de la imagen como imperativo.

Ahora bien ¿Cómo ser sin representar? No hay cómo quizás. Como seres hablantes y del lenguaje estamos sujetos a él. Stefan George tiene un poema, “La palabra”, cuyo último verso dice: “Ninguna cosa sea donde falta la palabra”, y Heidegger sobre este poema realiza un artículo del mismo nombre para desentrañar el signo como presencia única, la cosa solo posible. La pregunta deviene en cómo ser de otro modo que no sea en referencia a la palabra. Para Levi-Strauss el signo es aquello que media entre el concepto y la cosa. En este sentido diría Lacan: “El lenguaje es la muerte de la cosa, es decir se es solo gracias a la palabra, es imposible ser de otra manera. En esta dualidad del ser posicionado en su deuda con la palabra y su imposibilidad de ser por sí mismo es que se devela lo extraño como esencial. Lo más íntimo de nosotros es ajeno; lo éxtimo como define Lacan. Lo que digo es de nuestra imposibilidad de ser auténticos, es decir, sin referentes propios.

¿Si lo esencial es extimidad, si ser es ser imagen como postula el mercado para qué nombrar este dilema?

Acaso la imagen no es suficiente para alienarnos a ella, acaso la imagen exagera nuestra extrañeza constitutiva que deviene entonces en angustia y que nos hace volver a ella como punto único que ayuda, o acaso pretende el mercado encubrir esta grieta, esa herida que colma el día a día; digo no poder ser totalmente.

Es probable que el fetichismo consumista, con toda su lógica de éxito y desarrollo, pretenda entretenernos, alejarnos de la opacidad de nuestras vidas.

Todo parece indicar que esta cualidad estructural en nosotros con el imperativo superyoico del mercado ¡consume! implica una metonimia de objetos sustitutivos de felicidad o lo que es lo mismo, artefactos que al final ejercen sufrimiento. Mientras más necesitamos consumir, más pobreza negamos infructuosamente con manía.

  1. El dilema

La posmodernidad no da respuestas, realmente no las tiene. Años de referencias utópicas han propiciado agotamiento y desinterés por las quimeras. No se le hace preguntas, solo se cuestiona; lo que involucra solo crítica. La sensación de hastío colectivo, la increencia que sobreviene o la ausencia de ideales que no sean los de Hollywood, posicionan al ser humano de esta época frente a su cualidad extranjera: intrínseca e imaginaria. El parecer como única forma de establecer lazos sociales no esconde la dicotomía posible con el ser: los “libretos” escritos para las parejas, los roles definidos para las mujeres y para los hombres están en crisis. La subjetividad masculina no encuentra referentes y la femenina solo encuentra los referentes masculinos que tanto han criticado. Es decir las narraciones que implican el concepto de conjunto (en tanto se tiene un rasgo común) y la afiliación de nosotros a ellos nos ha traído el disgusto de aparentar, nos han devuelto el dilema a resolver.[9] Sin embargo la solución no está en resolverlo sino en asumirlo. Posicionarnos frente a esta dualidad obligatoria[10] para luego ir, no fieles a la invitación de entretenimiento del mercado o de las fantasías del querer ser, sino a la propuesta que trasluce de la historia personal o de la tozudez de quien quiere vivir con el riesgo, el azar y la sorpresa.[11] Es proclamarse en desacuerdo con las tendencias propias de poseer,  controlar y ordenarlo todo.

Ser en verdad encarna posicionarse frente a la pregunta que cada uno tiene sobre sus sombras, es abrazar el error, el equívoco, el disparate y lo obsceno como cercano.[12] Los discursos adjudicados a una conciencia colectiva se convierten en síntesis fabricadas de sentido, pero un sentido que anula al sujeto en una serie. Serie que por su exclusión de la diferencia necesita de un lo inauténtico, de lo que no se abre paso sino por el encubrimiento.

El ser está del lado del sujeto; el parecer del lado de la imagen, de la ganancia de la ilusión y paradójicamente de la pérdida de la responsabilidad con los demás, pues se perpetúa la indiferencia por la verdad, por la sospecha, en fin, por la escucha del sujeto.

Sospechar de la identidad que nos conforma, del rejuego organizado de acontecimientos a través de los cuales vivimos, es entonces una solución al conflicto entre la fidelidad a la argumentación propuesta o al mensaje del error, del sueño. El primer paso, la pregunta, y el segundo también. Sin embargo ser únicamente sin parecer es imposible y viceversa. Para superar esto tendríamos que hablar sobre ello. Por ahora el dilema continúa

 

[1] Artículo publicado en el número 12 de la revista Viña Joven, correspondiente al trimestre abril-junio de 2002.

[2]  Cuestionar implica una crítica pero interrogar no solo demanda una respuesta sino que des-cubre la ineficacia del discurso interrogado.

[3] Tomada la ley como dictámen de una forma exclusiva de vivir

 

[4]  Ver artículo en Instituyente, año 1,No 3,Agosto de 1998

[5] Marx/Engels, Wercke, vol. XVIII, p.31 citado en Los valores democráticos en la educación y la transformación social, Luis Pérez Aguirre. Suplementos D.H. No 1, Revista publicada por el Centro cristiano de Reflexión y Diálogo, Matanzas, Cuba.

[6]  Mientras en los sistemas de manipulación religiosa y política casi siempre se necesita de un líder representante, en el mercado el ejecutor concreto se esconden bajo la identidad de una empresa o de valores tales como la libertad,  el amor o la felicidad.

[7] Mercado que no es más que un grupo de productores de objetos que reducen el valor al precio.

 

[8] Dialéctica negativa, Taurus, Madrid 1975, p. 151-153. citado en Textos de Diccionario Herder de filosofía.

8 Aún la individualidad y la colectividad son importadas, sobreviniendo individualismo y colectivismo.

[10] Esto no implica el ser consciente de ello.

[11] Sin que se confunda este planteamiento con el discurso que se enarbola en nombre de la libertad. En este sentido cita Ichikawa a Weber: “Cuanto más libremente, es decir, cuanto más sobre la base de consideraciones propias, no influenciadas por constricciones externas o por estados emotivos incontrolados, tomaína decisión el actor, tanto mejor puede ser encuadrado…,dentro de las categorías de fin y de medio, y por tanto más precisamente puede conseguirse su análisis racional y, dado el caso, su ordenación en un esquema de acción racional.”  En contraposición con un hombre libre como predecible, asumo entonces el abrazo de lo azaroso como postura de humana más plena Emilio Ichikawa. La escritura y el límite. Editorial Letras Cubanas, Cuba, 1998, p.12

[12] Ibid. P,44