León Estrada: «Si llego a saber que la investigación me gustaría tanto, nunca hubiera escrito un verso»
Muy cercano al Centro y los buenos oficios de la literatura, es un incansable defensor de la buena poesía. Agradecido y humilde con todos aquellos que le hayan prodigado cordialidad, lleva en su portafolio una imponente hoja de ruta, desplegada con rigor desde los años 80 del pasado siglo, a tal punto que su nombre resulta necesario —digamos imprescindible— para la historia de la literatura. Sabedor de que las virtudes no inducen al egoísmo ni a la egolatría, su sencillez deslumbra y atrae.
José Orpí Galí (JOG): En 1997 ganaste los II Juegos Florales que se celebraban por vez primera en el Ateneo Cultural, con un jurado de lujo. “En el umbral de la herejía” fue el poema que presentaste. ¿Qué sensaciones te evoca aquel momento climático?
León Estrada (LE): Todas las que dan un premio. Claro, este es un concurso muy particular. En los Juegos Florales de Santiago hay que estar presente, leer el texto en público; se valora la lectura además del texto. Tú recuerdas que estábamos compitiendo casi todos los poetas de Santiago de Cuba. Haber ganado por encima de todos ustedes era algo grande. […] Era mucho más joven y sí, me gustó, me gustó ese premio, que en ese momento me interesaba ganar.
JOG: Recuerdo que el poema tenía muchas intertextualidades.
LE: Sí, fue un ejercicio… Pedían diez cuartillas y yo llegué a nueve y un cuarto. Y fue un ejercicio, cuando se empezó a usar mucho la intertextualidad y como leo tanta poesía apunto muchos versos. A mí, más que escribir, me gusta leer. Era una historia, de mis dos Yo: el Yo, yo, y el Yo otro; mi madre, mi novia en esos momentos (Laritza, que es mi esposa hoy). Éramos cuatro los personajes, me acuerdo; o sea, Yo dos veces y ellas dos. Luego alguien quiso encontrarle al poema un subtexto que no tenía; y lo dejé claro cuando lo inserté en un libro. Para la posteridad, no por mí. En definitivas me da igual; uno siempre arrastra más leyendas negras de las que en realidad tiene.

León Estrada y José Orpí durante El patio de los sueños
JOG: Me imagino que estructurar un compendio como Santiago Literario te haya costado mucho esfuerzo. ¿Qué puedes contarnos de su génesis, proceso y término?
LE: Fue una cosa muy difícil realmente, sobre todo porque el 95% de ese libro lo tecleé yo. Y lo complicado que es corroborar que no se te vaya a ir un título errado, porque son miles de títulos de libros y poemas. Esa idea nace en [la Fundación] Caguayo, que quiso hacer para el 2015 [por los 500 años de la fundación de la villa] una historia de la cultura en Santiago de Cuba. Me lo propusieron en el 2007. Recuerdo que fue en el velorio del poeta Cos Causse. Ese mismo día, y delante de su féretro en la Casa del Caribe, me propusieron que hiciera este libro. Les dije: “primero tienen que decirle a Aida Bahr y a Amparo Barrero (ya Repilado había muerto, si no igual lo hubiera propuesto a él) que ustedes quieren que sea yo quien lo haga, porque ellas son las que pueden hacer esto mejor que yo”. Y me dijeron que no, que ellos consideraban a estas dos personas pero “queremos que seas tú”. Claro, dos años antes yo había realizado el Diccionario [de escritores santiagueros], que no tiene nada que ver con Santiago Literario, pues aunque pueda parecer un diccionario no lo es. Esta [indica un ejemplar de Santiago Literario] es la mitad del libro, porque me propuse que cada autor llevara un ejemplo de una obra (si era un poeta, un poema; pero si Orpí escribe poesía para niños y cuento, también le ponía un cuento, un poema para niños). O sea, es el doble de esto, pero imposible de imprimir. Me dio dolores de cabeza, pero disfruté mucho con… la gente dice retos, pero no me pongo retos ni pautas ni nada de eso… me enfrento a las cosas como sin ropa. Recuerdo que Olga [Portuondo] me dijo: “Si no acabas de escribirlo te va a costar mucho trabajo. Has lo que te dé la gana de hacer”. Me divertí mucho, pasé mucho trabajo sobre todo buscando las cosas que no aparecían; que sabía que estaban pero no aparecían. Me metí en el archivo del arzobispado a averiguar cuándo nació toda esa gente del siglo xix que estaban por ahí, sin fecha. Pero me sigue pareciendo lo mejor que me pudo haber pasado, o sea, hacer algo así. Si llego a saber que estas cosas me entusiasmarían tanto, me gustarían tanto, nunca hubiera escrito un verso. Me hubiera dedicado a la investigación. Perdí mucho tiempo. Porque no creo que como poeta vaya a ir más allá (aunque no crea en la gloria ni en la eternidad ni nada de eso), como poeta sí, me van a tener en cuenta, lo sé, pero ya no escribo poesía. Desde el año 2003 nunca más. Aunque tengo mucha inédita, nunca más he vuelto a escribir un verso. Pero estas cosas sí, esta “averiguadera” de la gente que nos antecedió. Encontré muchas cosas y me divertí muchísimo. Me complació.
JOG: Has logrado conformar numerosas antologías, entre ellas La Virgen que vino del mar. ¿Alguna de ellas tiene un especial sentido e importancia para ti?
LE: Precisamente esa, porque mi madre fue devota de la Virgen de la Caridad. Ya ella no vivía, pero siempre tuve la idea… Claro, tener la fecha…, porque también estábamos preparando en la Casa del Caribe un monográfico acerca de la Virgen. Y es que noté como que se hablaba de que en el siglo xix, incluso en el xviii, nadie había escrito poesía acerca de la Virgen, excepto El Cucalambé, Luisa [Pérez de Zambrana] y dos o tres más. Pero encontré a Manuel María [Pérez] y a otros y me di cuenta de que había más; no como después, que se convirtió en una devoción mayor ya entrado el siglo xx. Pues esa antología me satisfizo mucho, y el padre Catasús fue el que propuso editarla para el 400 aniversario del hallazgo [de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre]. Una buena fecha para que apareciera un libro así.
JOG: Muchas opiniones discrepan el valor real de la pertenencia a un taller literario. A tu juicio, ¿qué virtudes y defectos tienen los talleres?
LE: Hay talleres malos, porque quienes los dirigen o son mediocres o no saben trabajar. Porque cada autor tiene su particularidad. A mí me tocó estar primero en uno, que era el que tenía Gladys Horruitinier, que era digamos más bien suave, porque éramos trabajadores (yo estaba en la facultad obrera por la noche). Pero una vez que entré al de Aida Bahr, el Taller Municipal, sí me di cuenta de qué cosa era un taller. Aida Bahr tiene esa gracia, ese talento para guiar a cada uno de nosotros (y estoy hablando de personas como Odette Alonso, Amir Valle, Alberto Garrido, Torralbas; o sea, gente que después ha hecho carrera literaria). Y Aida tenía eso. No siendo poeta, porque Aida no escribe poesía; ella sabía qué cosa decir a cada uno, qué lectura recomendar. Ella es una maestra. El Heredia no; el Heredia era provincial, entonces una vez al mes nos reuníamos en un municipio. Augusto de la Torre nos entregaba a los talleristas las obras que se iban a debatir (las mecanografiaban y nos las mandaban por correo; o sea, todo ese trabajo se tomaban) y ya uno con quince días de lecturas llegaba allí con las opiniones que iba a emitir. Y servía porque nos veíamos habitualmente, y cada municipio hacía lo mejor que podía… Y sí, el de Aida Bahr; si yo no paso por el taller de Aida difícilmente estuviera sentado aquí ahora. Aida es una maestra de los talleres. Lo siguió haciendo y sigue dando talleres de narrativa que el que no aprenda con ella, se va a quedar bruto para siempre.
JOG: Sabemos que siempre estás inquieto y afanoso en proyectos de muy diversa especie. ¿Qué preparas para un futuro cercano: poesía o investigación?
LE: Investigación. Tengo como “tres mil” proyectos, que no me va a alcanzar el tiempo. Antes de Marino Wilson morir estábamos preparando un libro (un pequeño libro) acerca de la crítica que su obra ha generado… un libro de valoraciones acerca de su obra. Lo estábamos preparando él y yo… y bueno, ya no lo verá, aunque espero que se imprima en algún momento… No puedo decir ya nada de lo que hago, porque cada vez que digo que estoy haciendo algo, viene alguien y se me adelanta. [Risas]
JOG: Drumond de Andrade aconsejó alguna vez: evite los concursos literarios; lo peor que puede ocurrir es ganarse uno conferido por jueces cuya capacidad crítica nunca premiaría. ¿Qué opinión te merecen los concursos?
LE: Bueno, uno se entera del jurado después de enviar. A mí lo que más me preocupa es que el jurado sea amigo mío. Cuando la mención aquella de la Gaceta [de Cuba], que Teresa Melo fue jurado… esa mención ni la pongo, porque no creo en ella. O sea, ¿Teresa me la dio? A lo mejor no, pero… no… Los concursos visibilizan. Los concursos no definen nada. Hay mucho poeta malo que se gana los premios más importantes del país. Y jurados raros, porque no entiendo a veces cómo un jurado (cuando uno ve el libro, ¿no?) premió “esa cosa”, que pueda pasar por poesía. Pero los concursos son importantes: a veces dan mucho dinero, o poco, pero visibilizan. Uno lo que tiene es que ser consecuente… y no sé, por dinero yo no mando a un concurso, francamente. A mí me interesaba más… por ejemplo, el Luisa Pérez [de Zambrana]… me decía, “no he ganado ningún concurso que tenga nombre de mujer”, y mandé ahí por esa cosa de “quiero obtener un concurso de una mujer, de una poeta”. Y lo gané. Porque me gustaba el nombre; decir: “me gané el premio Luisa Pérez de Zambrana”. Eso: visibilizan, pero no definen nada. Incluso los Nobel tampoco definen nada. Eso es circunstancial. Pero son importantes. No deben desaparecer. Y el que organiza es el que debe buscar un buen jurado, porque la verdad es que un mal poeta, juzgando a un buen poeta, es complicado.
JOG: ¿Cómo ha transcurrido para ti este tiempo Covid? ¿A qué te has dedicado?
LE: He trabajado muchísimo. He leído muchísimo, libros que no había podido leer por la agitación de la vida, y he trabajado muchísimo en todos esos proyectos que te dije. No son tres mil nada, soy así de exagerado, pero he trabajado mucho. Sobre todo porque cuando hice este libro [Santiago Literario] hice “todos los libros”. Este libro para mí significó mucho, porque un día fui a Fondos Raros a fotografiar cuatro o cinco hojas de un periódico El Redactor, con una cámara que me prestó Chaguito Portuondo y cuando me iba me dije “¡pero soy anormal! Si ya tengo el periódico en la mano y veo algo ahí que hable de… el té, o del chocolate… (es un decir) ¡cópialo todo, fotografíalo todo, fíchalo todo! Has la referencia de todo lo que veas”. Entonces, a partir de ahí tengo “todos los libros posibles”, “todas las antologías posibles”, “todas las investigaciones posibles”. Eso es lo que tengo. Ahora, hay temas que no me interesaría tratar, como alguien que me dijo “¿Por qué no haces una antología sobre los poetas suicidas?”. A mí no me gusta el tema. Puede ser, porque hay unos cuantos, pero no me gusta, no quiero; o sea, mi nombre no puede estar ahí. Olga Portuondo, con la que tengo una gran relación de amistad y de trabajo, recuerdo que me decía “Tú me vas a ayudar a hacer Misericordia; todo lo que veas por ahí de terremotos y de epidemias…”. Y le decía “No. No quiero, no me agradezcas nunca que te traiga algo de terremotos”. Yo le tengo pánico a eso (como toda la gente). Y en efecto, ni siquiera estoy entre sus agradecimientos. Pero no me gusta, hay cosas que no me gustan. Con la muerte yo no tengo ningún problema; no tengo ninguna dificultad con la muerte, ni la evoco ni la deseo. Para mí es de lo más normal. Pero los terremotos no.
Hemos estado en la casa. Aitana [la hija] salía todos los días a pesquisar. Todos los días, cuando la gente estaba bien encerrada mi hija salía, todos los días se iba para las pesquisas. Eso me preocupaba. Ella tomaba todas las precauciones, pero igual no me convencía. Y así he pasado los días, con problemas de y con lo que ustedes saben, pero bien. Leí muchísimo, escribí, organicé cierto reguero de fichas… en eso me pasé la pandemia.
JOG: Este es El patio de los sueños y por tanto la pregunta final y obligatoria es qué sueños te quedan por descifrar todavía.
LE: Tengo pocos sueños ya. Yo siempre estuve repleto de sueños. Lo malo de los sueños es que casi nunca se dan. Mientras más años uno cumple se va dando cuenta de que, como no se dan, es mejor concentrarse en dos o tres. Porque la gente me dice, “sí, pero fuiste a Madrid”. Pero yo no soñaba con viajar. Eso no me interesa. (…) Pero soñar, soñar, sueño poco. Casi siempre sueño con cosas que no son particulares; no soy egoísta en ese sentido. Sueño con cosas para la generalidad: que se acaben las guerras, que se acabe el escándalo ese que hay en mi barrio con los reguetones a cualquier hora y a todo volumen. Me gusta el silencio. Hay un momento en que uno necesita del silencio. Hay gente que se pasa las veinticuatro horas con esa música horrorosa; porque incluso la ópera así todo el tiempo sería mala. Sueños así, ahora… Supongo que Aitana por sus propios medios llegará, se graduará. O sea, no sueño con que mi hija sea…, no. Es ella la que tiene que luchar por su sueño, no yo. Tengo poquitos sueños. Pero hay que tener uno aunque sea, porque si no te mueres. Siempre hay que tener un sueño, si no nos volveríamos locos.