Ernesto Caveda de la Guardia: Con la poesía podemos obsequiar al mundo una buena pregunta
Entrevista concedida por Ernesto Caveda de la Guardia, ganador del Primer Premio del XX Concurso Literario Viña Joven.
Antes que todo, quisiéramos conocer brevemente quién es Ernesto Caveda.
Si tratara de definir lo que ha sido mi vida de “adentro” creo que se resumiría en intentar ser tres cosas: un seguidor de Jesús, un amante (la palabra “esposo” quedaría demasiado formal), y un papá. Por otra parte, si hiciera lo mismo con mi vida “hacia afuera”, podría definirla como un intenso camino de fallidos y exitosos intentos de enseñar y escribir. Ya que soy un apasionado buscador de certezas, y las certezas (por lo general) vienen en fragmentos; me hace feliz tratar de regalar a otros, a través de la enseñanza y la escritura, un mosaico de esos fragmentos de certezas que logro encontrar.
¿Cómo conoce sobre el XX Concurso Literario Viña Joven y qué lo anima a participar?
Bueno… en primer lugar porque soy santiaguero. Llevo casi la mitad de mi vida residiendo en La Habana, aquí también nacieron mis hijas y he tenido todo mi desempeño profesional, pero hay un halo inexpresable de sensaciones y nostalgias que me atan a mi tierra natal; que sigue haciendo que todo lo de Santiago me importe. Por ello, entre tantas convocatorias de concursos que en ocasiones busco para que mi obra llegue a los lectores, siempre me topaba, año tras año, con este anuncio de un Concurso en Santiago, patrocinado por el Centro Cultural Claret que destacaba por lo sugestivas que resultaban las temáticas en convocatoria, además del trabajo dedicado y cuidadoso que se apreciaba en el proceso de selección de finalistas. Aunque no participara, siempre tenía una secreta felicidad cada vez que veía una nueva convocatoria del Concurso Viña Joven, por el solo hecho de que permaneciera vivo, en Santiago.
El año pasado pensaba concursar con un ensayo, incluso lo bosquejé, pero finalmente, por cuestiones de trabajo, no pude terminarlo. De modo que, cuando vi la temática para este año, experimenté una especie de convicción de que tenía que desempolvar un viejo cuaderno de poemas (escrito hacía unos siete años), retocarlo aquí y allá, y enviarlo al Concurso. Confieso que cuando supe de la cantidad de obras participantes, perdí algunas esperanzas, de manera que el resultado final fue una enorme sorpresa.
Dentro de su carrera literaria, ¿cómo valora el reconocimiento obtenido en esta edición del Concurso Literario Viña Joven?
Ganar un concurso literario siempre es un estímulo y una invitación. Una invitación a seguir escribiendo, a perseverar. Desde la publicación, el pasado año, de mi novela corta Sombras sobre el Ubangui varias personas se me han acercado para preguntarme: ¿Todavía sigues escribiendo?, quizás porque durante todo este tiempo me he dedicado por completo a mi trabajo y cada vez más a la investigación. En este sentido, es que me resulta tan significativo el reconocimiento de Viña Joven, es una suerte de recordatorio sobre mi «deuda» con la escritura literaria; que para mí, al igual que para todos los que lo han experimentado, no deja de ser un ejercicio de catarsis plena.
Durante más de 20 años, el Centro Cultural y de Animación Misionera San Antonio María Claret, ha trabajado con el objetivo de favorecer el diálogo entre fe y cultura, propiciando espacios de formación para el crecimiento cultural y espiritual del laicado, y de apertura y acercamiento al mundo del arte, la literatura y la cultura cubana en general, como una manera de hacer realidad la Nueva Evangelización. ¿Qué importancia le merece a usted que en específico la poesía, sea uno de los medios para sostener ese diálogo?
En su monumental obra Cristo y la Cultura, el teólogo Richard Niebuhr nos legó cinco formas, que han llegado a ser clásicas, para entender la relación homónima al título de su libro. Entre ellas, quisiera mencionar dos: “Cristo contra la Cultura” y “Cristo de la Cultura”. La primera concepción es característica del pensamiento fundamentalista y, por lo general, (ya que ningún ser humano, en tanto “animal simbólico”, puede escaparse de la cultura) dicha concepción termina creando “subculturas cristianas”, en un intento infértil de fuga mundi. En la segunda, la mayoría de las veces ocurre una dilución de la identidad del Evangelio que, teniendo en cuenta el fenómeno actual de la mercantilización de la cultura a gran escala, frustra y deforma la esencia de la persona y obra de Jesús, convirtiéndolo en otro producto cultural, elástico y manipulable de acuerdo a los intereses de la audiencia.
Considero que, el papel del arte (de tipo religioso), y en particular de la poesía, evocando los referentes más disímiles como San Juan de la Cruz o el último T. S. Elliot, resulta crucial como medio de transmisión dialógica del mensaje evangélico, en su apuesta por desvelar las esencias más íntimas de la condición humana, la posición del ser humano ante Dios y el regalo que supone la redención, mediante el sacrificio y resurrección de este misterioso individuo que habitó un miserable rincón del mundo hace dos mil años, llamado Jesús. Todo ser humano receptor de este mensaje (incluyendo los actuales cristianos), deberían preguntarse si efectivamente esta redención ha ocurrido; es decir, tratar de atisbar las razones (aproximadas) de la fe. Pero… ¿acaso una pregunta sincera no es la mejor manera de comenzar cualquier diálogo?
Entonces, la poesía (y por extensión, el arte) vendría a ser un recurso por excelencia para plantear esa pregunta. En mi opinión, si hay algo de “nuevo” en la evangelización es esto: ¿Qué hacemos con un mundo para el cual el kerigma ya no es nuevo… un mundo que ya sabe de memoria, por repetir hasta el cansancio (como una frase hueca) “Jesucristo murió y resucitó por mis pecados”? Creo que, a través de la poesía, podemos obsequiar a ese mundo, al menos una buena pregunta, sobre lo que se le invita a creer.