Cristianos y cristianas de la Misericordia

cabecera buen nueva Alvaro

Cuando Jesús, el Hijo de Dios, convoca a los primeros seguidores, los llama para algo. Quiere hacer de aquel pequeño grupo de hombres y mujeres, un fermento que genere vida, que sea proceso de cambio ante una sociedad habitada por la injusticia del imperio romano, como también de la oligarquía religiosa judía.

Para Jesús su fe en Dios era la de un Padre que sabe recibir siempre; un Padre que espera; un Padre que no excluye; un Padre que perdona y que hace fiesta por “cada pecador que se arrepiente”, en conclusión un Padre de la Misericordia.

A los que seguimos a Jesús nos toca siempre vernos sobre este prisma. Primero es necesario ver hasta dónde experimento en mi vida la Misericordia de Dios. Esta es la que nos constituye como Hijos o Hijas suyos. Aquel o aquella que no ha experimentado la Misericordia, difícilmente va a ser signo de Misericordia para los demás. Segundo, recordar que la Fe no es solo un conjunto de expresiones ritualistas que me dan la seguridad de sentirme en paz con Dios; la religión de las normas, del cumplimiento fariseo que me lleva a la “seguridad” de sentirme “privilegiado” y con “autoridad” de segregar o excluir a otros u otras.

La Fe tiene que llevarme a acciones misericordiosas. La vida, el mundo, la realidad necesitan que todos aquellos que profesamos nuestra Fe en Dios vivamos misericordiosamente. Nuestras sociedades, en su mayoría, están imbuidas por este aliento de exclusión entre buenos y malos, entre ricos y pobres, entre negros y blancos, entre católicos y no católicos, entre débiles y fuertes… en fin, depende del grupo en que nos encontremos, o sintamos que nos encontremos, o dicho de otra forma, donde nos han hecho sentir que somos, así serán nuestras actitudes.

En la Fe en Dios, Padre Misericordioso, existimos Hijos e Hijas. La parábola de Lucas del Hijo prodigo, no busca llevarnos a ver dónde estamos ubicados, si en el Hijo Menor o Mayor, sino que quiere cuestionar en qué Dios creo. Qué Dios me está moviendo. A nosotros, Jesús nos dice que tiene que movernos el Dios de la Misericordia, para que en nuestra vida siempre seamos capaces de recibir y no excluir, de amar y no odiar, de perdonar y no guardar rencores, de ser justos y no explotadores, de ser honestos y no falsos, de ser verdaderos y no mentirosos… No hay otro camino: el que quiere ser discípulo o discípula del Dios de Jesús, tiene que ser un cristiano o cristiana de la Misericordia.