Ser signos del Reino de Dios
Arrepiéntanse, porque está cerca el reino de los cielos…Lapidario Juan. No hay otro camino. Convertirse, que no es más que cambiar la mente y el corazón. Tomar un rumbo distinto de vida. No se puede seguir por el mismo sendero, autoegañándonos como que somos Hijos o Hijas de Dios y viviendo de cualquier manera. Si hemos hecho una opción por seguir a Jesús con su proyecto de vida, el Reino de Dios, que se vea que estamos en ese camino. No se puede SER o VIVIR sin mostrar con hechos concretos que este Dios configura nuestra historia. ¡Hay que convertirse!
Me parece que un texto del Papa Francisco en su encíclica Evangelii Gaudim nos ayuda mucho a comprender lo que Juan quiso decir aquel tiempo: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. (EG 49).
Desde que inició su magisterio, Francisco nos ha insistido mucho en que no perdamos la perspectiva de que estamos tentados. De que nos hemos acomodado, no estamos siendo fieles a la misión que se nos ha encomendado. Que debemos vernos más hacia dentro y volver al Señor, con el fin de retomar el camino que nos marcó con su proyecto de vida. Cada uno tiene que revisar su vida y determinar que realidades no son conforme a Dios, y desde allí tomar una actitud de cambiar de mente y corazón. Como Iglesia tenemos una gran responsabilidad: Ser signos del Reino de Dios. No perdamos de vista este horizonte, porque la tentación está en acomodarnos y crear una pastoral de mantenimiento, una iglesia de museo, estructuras caducas que ya no son funcionales sino para quien no quiere volver a convertirse al Reino de Dios.
Profundizando más este domingo del tiempo de Adviento, y siguiendo la lectura continuada del evangelio que se nos ha proclamado este día, Juan cuando ve llegar a los Fariseos y Saduceos, les va a decir: ¡Raza de víboras!… muestren frutos de sincero arrepentimiento.
Duro, muy duro en esta apreciación. Pero, no cabe duda de que tiene toda la razón. Considero que como cristianos y cristianas nos viene bien recordar que no hay cosa más triste que achantarnos (acomodarnos) creyendo que ya todo está dicho. Que no tenemos más nada que hacer. Que ya nuestra vida es segura. Que como ya estoy en la Iglesia, tengo “asegurado” mi camino. ¡Cuidado! No hay cosa más triste que las seguridades, como dice el Papa Francisco. Vamos, escuchemos bien a Juan, convirtámonos, porque el Señor, que se acerca, nos sigue haciendo la propuesta: ser testigos de su Reino.