P. Miguel Fernández c.m.f.: «El amor siempre ha sido y será más fuerte que ningún otro poder»
Palabras de bienvenida a los asistentes al XIX Salón de Arte Religioso
Buenas noches a todos. Sean bienvenidos.
¡Qué agradable su compañía en este Centro Cultural y de Animación Misionera “San Antonio Mª Claret” para inaugurar el XIX Salón de Arte Religioso! Pueden imaginarse la gran alegría que ustedes nos dan a quienes estamos al frente de este Centro, aunque hoy tengamos que lamentar la ausencia de D. Antonio Fernández Seoane, curador de esta Exposición, quien, por razón de una grave neumonía, no puede estar entre nosotros. Jugando con el sentido de las palabras podríamos decir que el curador es quien necesita ahora ser curado. Desde aquí elevamos nuestra oración a Dios para que se restablezca totalmente y podamos seguir contando con su gran competencia profesional.
Esta expresión de arte plástico que es nuestro Salón de Arte Religioso es ya un referente para toda Cuba, un punto de encuentro de muchos artistas, un proyecto consolidado que ha conseguido reunir, desde el año 2000, una gran cantidad de creaciones plásticas en la que destaca tanto la diversidad como la unidad.
Por un lado, diversidad, porque esas creaciones responden a variadas sensibilidades de los artistas en el tema religioso: unos expresan más los aportes derivados de la fe cristiana (la Trinidad, la creación del universo y del ser humano, la vida y obra de Jesucristo, el significado de la Virgen de la Caridad del Cobre…); otros, los provenientes del sincretismo religioso, tan propio de Cuba; otros, los sugeridos por los variados caminos de acceso a la fe del hombre actual, a quien, por cierto, no se lo pone nada fácil ni el materialismo rancio de algunas sociedades, ni el neoliberalismo salvaje de otras…
Pero, por otro lado, estas creaciones destacan también la unidad maravillosa entre ellas. Veo esta unidad en tres perspectivas.
Unidad, en primer lugar, porque todos los artistas, como reconocía Gibran Jalil, el famoso escritor y pintor libanés, “nos traen, aunque hecho en el molde de los sueños, ropa y alimento para nuestra alma”. En esto, todos son iguales, al menos para este Centro, porque todos nos entregan su obra, la que han realizado por amor al arte, por amor a la cultura cubana y, en no pocos casos, por su amor a Dios. Por eso, es muy importante que no confundamos premiados con primeros. Los premiados, necesariamente han de ser pocos; pero la lección que nos da la Historia es que, en el arte y la cultura, nunca hay primeros. Todos los verdaderos artistas, es decir, aquellos que descubrieron un día que en adelante ya no podrían vivir sin crear obras, se merecen no sólo nuestro reconocimiento por “la ropa y alimento” que nos ofrecen, sino también el podio de triunfadores.
Unidad, en segundo lugar, por más extraño que esto pueda parecernos, entre los artistas y la Iglesia Católica, sobre todo, aunque no sólo, en lo que respecta al arte religioso. Como reconociera el Papa San Pablo VI, nuestra Iglesia siente la necesidad de escuchar, de dejarse enseñar y de salir al encuentro de esos servidores de la Belleza que son los artistas. Ustedes saben que la misión de la Iglesia es predicar el misterio de Dios y sus designios de amor, hacer cercano y vibrante el mundo del espíritu, de lo invisible y de lo inefable. Y saben también que los artistas son auténticos maestros a la hora de presentarnos el mundo invisible en fórmulas accesibles e inteligibles. Si a la Iglesia le faltara la ayuda de los artistas, su predicación sería confusa e insegura, por lo que, para anular esas insuficiencias, sería preciso que los predicadores fueran también artistas. Pablo VI sabía bien lo que decía. La Iglesia ha de ir una y otra vez a esos lugares teológicos que son las obras de arte religioso porque en ellas late la presencia de lo inefable.
Y, en tercer lugar, unidad porque el arte, como nos decía el Papa Francisco, “une a Dios, al hombre y a la creación en una sola sinfonía”, la de la Belleza. Tenemos que subrayar esto porque, en efecto, las obras de arte sacro permiten el acceso a la fe más que muchas palabras e ideas; ayudan a redescubrir lo que importa verdaderamente en la vida; y nos elevan por encima de la razón para llevarnos al Dios que nos salva y aguarda.
¡Sinfonía de la Belleza! No ignoro los planteamientos y hasta los prejuicios que la estética actual tiene a este respecto. Pero, aun así, ¿no es cierto que a no pocas obras de arte (y otro tanto podríamos decir de ciertas poesías y predicaciones) lo que les falta es precisamente Belleza y, por eso, impactan muy poco en la mayoría de la gente? Falta la Belleza de la Verdad, esa que nos impacta y entusiasma incluso cuando pone en evidencia nuestras mentiras y fealdades.
Salvadas todas las distancias, podría decirse que, al igual que la encarnación del Hijo de Dios provocó el asombro y la respuesta de la fe y del amor de tanta gente, también de una exposición de arte religioso se espera que cause entusiasmo, seducción, éxtasis… Me parece que el artista se da por bien pagado cuando sabe que su obra no ha llegado sólo a los ojos de quienes la contemplan -aunque todo empiece por ellos-, sino a sus corazones. Ojalá que al visitar hoy nuestra galería no se sientan ustedes atraídos sólo por lo externo, por la cáscara de la obra de arte, sino por aquello que, de su interior más profundo, el artista quiso plasmar en ella. Y ojalá también que este Salón Religioso nos ayude no sólo a pensar, sino a ver con los ojos del corazón, que el mundo no es sólo naturaleza, sino obra del amor de Dios; y que el hombre no está encerrado en él, sino que, salvado por el amor de Cristo, puede salir en libertad hacia la Casa del Padre. El amor siempre ha sido y será más fuerte que ningún otro poder.
Han sido muchos los artistas que respondieron con sus obras a este XIX Salón. Por crearlas, por el trabajo que les supuso hacerlas y por enviarlas a este Centro, muchas gracias. Incluimos en ese agradecimiento a sus familiares y amigos que los acompañan en sus horas de desaliento, miedo o entusiasmo, para decirles las palabras y los consejos oportunos.
También, cómo no, extendemos nuestro agradecimiento a los miembros del jurado, a nuestro curador enfermo y a todos los miembros de este Centro Cultural y de Animación Misionera que con tanta dedicación y cariño han preparado este Salón para que ustedes lo disfruten.
Muchas gracias por su atención y por su paciencia para conmigo. Que pasen todos una feliz Navidad junto a sus seres queridos.
P. Miguel Fernández Fariñas, cmf