Dulce María Loynaz: poesía y religión*

Por: Mirtha Clavería Palacios

“Poeta”—dice Dulce María— “es alguien que ve más allá en el mundo circundante y más adentro en el mundo interior. Pero además debe unir a esas dos condiciones una tercera más difícil: Hacer ver lo que ve.”[1], (subrayado mío). Dulce María Loynaz y Muñoz es poeta —o poetisa como ella misma no tiene reparo en declarar, desdeñando tranquilamente el sentido peyorativo que en los últimos tiempos ha adquirido este vocablo—. Poeta de fina sensibilidad y exquisito hacer ver. Poetisa que en su modo de manejar el idioma ha logrado hacer creer en la aparente sencillez de su poesía…

Muchos son, por cierto, los aspectos de su obra que especialistas y creadores se han encargado de analizar, valorar, elogiar, etcétera, en la ya copiosa bibliografía existente alrededor de Dulce María. En esta oportunidad, sin embargo, el elemento que desearíamos comentar es justamente el reflejo de su formación religiosa en su poesía.

La propia Dulce María precisa que, si bien nunca hizo poesía mística si hizo poesía religiosa “porque ese es un elemento estético que por algún complejo la gente joven está desaprovechando. Es además un elemento estético fácil de unir con éxito a otro que también lo sea”[1]. Pero sucede que ese elemento estético no puede ser empleado por cualquiera. Hacer uso de él como medio de realización poética implica en el autor no solo el uso consciente, poéticamente marcado como recurso, sino también —y eso es esencial— un dominio de la materia de fe y una relación efectiva con el objeto de esa fe con Dios.

En el Documento final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) se precisa: “Cada vez […] que hablamos de Iglesia Católica en Cuba, nos referimos a los católicos que participan activa y asiduamente en la vida cultual de la Iglesia y en todo su quehacer, como también aquel sector amplio y popular […] con un grado mayor o menor de incorporación visible al culto y a la actividad de la Iglesia.” Dulce María Loynaz y Muñoz pertenecía al primer grupo. Era profundamente Católica o, como solía decirse en otros tiempos, católica práctica.

Sin pretender en modo alguno hacer un análisis rigurosamente exhaustivo del empleo de lo religioso como elemento estético, estas notas aspiran a esbozar una percepción de ese aspecto acerca de la manera en que la poetisa hace uso de él. Para ello podrían distinguirse tres formas de plasmación de ese elemento estético:

  1. Una forma directa en primer grado, entendiendo por tal el empleo de signos de nominación léxica (nombres propios y comunes) que cualquier persona puede descodificar, independientemente de su credo político o ideológico porque forman parte del caudal con que el cristianismo —y más concretamente el catolicismo— ha nutrido a la cultura universal. En este caso podrían incluirse vocablo tales como: Dios, La Virgen María, algunos nombres de Santos, la cruz.
  2. Una forma directa en segundo grado, entendiendo por tal el empleo de signos de nominación léxica (nombres propios y comunes) que no están al alcance del lector no formado en la religión, lo cual supone por tanto una búsqueda de información a posteriori si se desea penetrar efectivamente en la totalidad del contenido poético. En este caso podrían incluirse nombres bíblicos y nombres de santos menos conocidos.
  3. Una forma implícita, que supone en el lector un conocimiento de la doctrina cristiana y de otros elementos de la fe religiosa, para que el mensaje poético pueda ser interiorizado en todo su alcance, incluso cuando el recurso se emplea como solución a un conflicto.

Naturalmente, esta propuesta tendría que variar en la práctica en correspondencia con las experiencias vitales, culturales y religiosas de cada lector. Aquí se ha partido de un supuesto empíricamente establecido cuyo punto de referencia es el lector cubano medio que, como regla, carece de formación y de información religiosa o tiene ideas confusas al respecto. Su objetivo es, pues, de orden metodológico: se precisa establecer un marco en el cual sea posible intentar una “ubicación” de los poemas por este concepto.

De este modo, las referencias del tipo 1 quedarían fuera del presente trabajo en principio y los comentarios se harán acerca de algunos poemas del libro Versos. 1920-1938, que por sus características podrían ubicarse en los grupos 2 o 3:

Dulce María Loynaz. Foto: Sitio oficial de la Uneac

Dulce María Loynaz. Foto: Sitio oficial de la Uneac

La oración del alba

Desde el punto de vista formal, el poema está construido como oración de súplica y comienza con una de las invocaciones cristianas más universales, Señor, para desarrollar, seguidamente, un conjunto de peticiones permeadas de un hondo sentido religioso. Léase por ejemplo:

Señor:

Te pido ahora que me dejes

Bajar de esta mi torre de marfil; de la altísima

Torre a donde, sola y callada, sin volver la cabeza subí un día…

…Inclíname la frente alta y devuélvele

a tu tierra mi mirada perdida.

¡Ay! Miré demasiado las estrellas…

 

…Con tus manos heridas

sostenme en la bajada un poco triste

y dime que palabra se le dice a la hormiga

a la yerba del campo al que está triste…

 

…Ayúdame a disimular esta repulsión instintiva

hacia las cosas feas y concédeme

la comprensión.

Yo quiero comprender…

 

…Yo quiero que la palabra dura que alguien diga

no vaya a oscurecerme la mirada limpia.

Dame, Señor, un buen olvido

para las pequeñas

Injusticias de cada día…

… ¡Bien vendría

ahora un poco de serenidad

y otro poco de fe!…

Dulce María no pide nada material. Lo tiene todo en ese sentido, siendo hija de una familia ilustre y adinerada. Pide por tanto bienes espirituales como solo puede hacerlo alguien que tiene una relación de fe muy estrecha con Dios: la humildad, la sencillez, la misericordia, la victoria contra el egoísmo que genera repulsión ante lo feo, la capacidad de comprender y amar, la de olvidar las injusticias (perdonar), la fe. Solo quien tiene fe sabe que esa fe es débil, que es necesario insistir ante Dios para que crezca, para que no decaiga. Pero por otro lado, en todo el desarrollo de esta oración —poema— se van dibujando algunas de las virtudes que caracterizaron a San Francisco de Asís, mencionado en el último verso (como San Francisco quería) a manera de cierre de un esquema muy semejante al de la distribución retórica con el tema formalmente expresado al final. Hay pues, un doble juego poético: de un lado se perfila la figura del Santo como tema poético explicitado; de otro lado la enumeración de esas virtudes como peticiones dejan ver cuáles son las imperfecciones que la autora cristiana aprecia en sí misma tomando como modelo la vida del Santo.

A todo este conjunto de expresiones y sentimientos de pura cepa cristiana, vale añadir el empleo de otros dos signos concretos:

  • Torre de Marfil, una de las letanías de la Santísima Virgen que se ha incorporado al acervo común como lexía, con el sentido entre otros de ‘altivez’ u ‘orgullo’.
  • Manos heridas, las manos de Cristo crucificado

 

Señor que lo quisiste…

Este poema resulta interesante desde dos ángulos: por un lado es una oración, pero de tono distinto, una conversación con Dios en que, mediante el empleo de un conjunto de preguntas aparecen dibujados sentimientos de angustia, de inconformidad, de frustración; mientras que, por otro lado, todo ello se resuelve desde una perspectiva cristiana, pero también humana. Compárense los fragmentos tomados de las dos partes en que se divide el poema con doble línea de puntos suspensivos:

(Primera parte):

¿Para qué habré nacido?

¿Quién me necesitaba?, ¿quién me había pedido?

¿Qué misión me confiaste? Y ¿por qué me elegiste,

yo, la inútil, la débil, la cansada…? La triste.

¿Pude hacer siempre todo lo que he intentado?

¿Soy yo misma siquiera lo que había soñado?

¿A quién hice feliz tan siquiera un minuto?

¿Qué dejaré a la Vida? ¿Qué llevaré a la Muerte?

(Segunda parte)

Bien sé que todo tiene su objeto y su motivo.

Que he venido por algo y que para algo vivo.

Y que si lo mandaste fue también con la idea

de llenar un vacío, por pequeño que sea…

Que hay un sentido oculto en la entraña de todo:

Que tu obra es perfecta.

El Dios de los mediocres, los malos y lo buenos…

En tu obra no hay nada ni de más ni de menos…

A una serie de preguntas en que la poetisa cuestiona su ser, el ser y el hacer de ella como individuo, sucede una contraparte en que se expresa el reconocimiento y aceptación del Misterio de Amor que es Dios, cuya Voluntad se manifiesta precisamente en la obra perfecta de la Vida creada por Él. Esta disposición da respuesta a las preguntas formuladas como lo haría un cristiano convencido de su fe, y sin embargo los dos últimos versos rematan el poema con una réplica atenuada, muy humana por demás en que se hace un retorno al punto de partida:

Pero… No sé, Dios mío. Me parece que a ti

—¡un Dios…!—  te hubiera sido fácil pasar sin mí…(subrayado mío)

Aquí la conjunción adversativa sirve para introducir todavía esa inconformidad interior de una sensibilidad herida por la profunda conciencia del ser insatisfecho. Así se revela esta Dulce María cristiana pero humana.

 

Oda a la Virgen María

Este poema contiene un elemento directo ya expresado desde el título, pero a lo largo de su desarrollo aparecen referencias a otros aspectos de la vida y la cultura cristianas:

  • La Primera Comunión, o sea el momento en que el cristiano por primera vez el sacramento de la Eucaristía. Este acontecimiento por constituir un hecho tan trascendente se ha rodeado de un conjunto de elementos y signos entre los cuales se encuentra el libro, el libro de Primera comunión, devocionario que, junto con el rosario y el cirio solían llevar sobre todo los niños. Por consiguiente este elemento remite el lector a la infancia de la poetisa donde han quedado tantas cosas perdidas :

“Porque entre todo lo perdido, cuento

el camino irreal de tu sonrisa…”

Ese retorno a la infancia se percibe nuevamente en la segunda estrofa donde, ante el apremio por andar el camino de la vida y el conflicto interior generado por las indecisiones, prueba a llamar a la Virgen “con los bellos nombres de las letanías:”

  • Cuatro letanías (Casa de oro, Torre de Marfil, Salud de los Enfermos, Rosa Mística) dan inicio a la tercera estrofa, pero se mencionan fuera del orden en que suelen aparecer regularmente, tal vez para hacer ver así que ese ordenamiento también se encuentra entre las cosas perdidas, que solo algunas de esas letanías han logrado salir a flote en su mar de cosas extraviadas.
  • Luego se presenta una rememoración de las imágenes de la Virgen perdidas, evocadas mediante ciertos recursos retóricos :
  • La Anunciación de Fray Angélico, antonomasia que remite a la imagen de María reflejada por el pintor en el retablo sobre el tema bíblico del momento en que el ángel Gabriel hace el anuncio de la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo (Lucas 1, 28-35).
  • La de las lunas infinitas, perífrasis que remite a la imagen de la virgen de (¿?).
  • La del traje de tarlatana, perífrasis que remite a una imagen cuyo atributo o rasgo característico no ha conseguido ser recordado.

Por último, también en la tercera estrofa, asoma la imagen de la sacristía, esa habitación que en tiempos de la poetisa era coto cerrado para los feligreses, de la cual apenas se tenían atisbos momentáneos y que por eso constituía una especie de fermento de la curiosidad infantil.

 

Cubierta del nro 2 de Viña Joven, donde apareció publicado este artículo

La oración de la rosa

Se trata de un poema-oración que desarrolla las siete peticiones contenidas en la oración del Padre Nuestro, referente que puede pasar inadvertido para quien no la conozca.

En el siguiente cuadro se muestra una comparación entre el Padre Nuestro y el poema. Para que pueda apreciarse mejor la similitud estructural, léxica y aun sintáctica se han dividido en ocho partes a saber: invocación y las siete peticiones:

 

PADRE NUESTRO ORACION DE LA ROSA
1. Padre Nuestro que estás en los cielos

2. Santificado sea el tu nombre.

3.Venga a nos tu Reino

 

4. Hágase tu voluntad

5. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy.

6. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

 

7. No nos dejes caer en la tentación.

8. Mas líbranos del mal. Amén

Padre Nuestro que estás en la tierra

Santificado sea el nombre tuyo

Venga también a nos las pequeñitas/ y dulces flores de la tierra/ el tu Reino prometido

Hágase en nos tu voluntad

El sol nuestro de cada día, dánoslo

Perdona nuestras deudas/ -la de la espina,/la del perfume cada vez más débil,/ la de la miel que no alcanzó/ para la sed de dos abejas… – / así como nosotras perdonamos a nuestros deudores los hombres

No nos dejes caer/ nunca en la tentación de desear/ la palabra vacía

Más líbranos de todo mal.

La Oración de la rosa resulta ser una hermosa recreación de la más perfecta oración cristiana, donde la rosa deviene fina metáfora de la mujer que vive en la tierra, y donde cada una de las partes presenta un desarrollo poético encaminado a llamar la atención hacia esa parte del género humano tantas veces marginada o preterida. A manera de ejemplo se presenta el desarrollo de la parte número seis, pero este procedimiento funciona a lo largo de todo el poema.

A propósito de la llamada “literatura femenina,” Dulce María Loynaz expresó que “por excepción hay poesías que parece imposible que pudiera hacerlas una mujer (…) y a cambio hay otras como la Carta Lírica de Alfonsina Storni que nunca pudo hacerla un hombre.”

Yo diría entonces que en ese pequeño grupo excepcional de poemas “imposibles”, habría que incluir este entre los de la más pura esencia femenina.

 

Tú, paz mía…

En Mt 5,13; 14, se lee; “ustedes son la sal de la tierra” y “ustedes son luz para el mundo”. Con estas metáforas Jesús quiere dar a sus discípulos una idea del significado trascendente de la misión a ellos encomendada. En el pequeño poema de amor que ahora comentamos tal vez se haga una alusión a estos pasajes, pero ciñendo el sentido de los sustantivos núcleos (sal, luz) al ámbito de la pareja. Obsérvese:

Tú, paz mía…

Aceite sobre mi mar en remolino,

gusto, sal de mi vida.

 

Tú, espejo milagroso

que no reflejas mis tinieblas

y reflejas la luz que ya no es mía…

 

Tú, jazmín dormido…

Estrella descolgada

para mi cielo tan vacío…

En todo caso si no hay aquí un empleo consciente, estilísticamente marcado, de estos dos elementos, no puede dejar de pensarse al menos en la influencia de la lectura de estos pasajes evangélicos, sobre todo por la coincidencia en la disposición y el orden de aparición de los sustantivos en sus sintagmas:

Evangelio:                            Poema:

Sal de la tierra                       Sal de mi Vida

Luz del mundo                      Luz que ya no es mía

Ello induce a sospechar que los elementos han sido empleados expresamente con una restricción del sentido que tienen en el Evangelio: “alcance universal” de la misión apostólica “alcance personal” del amor.

 

El amor indeciso

Este poema plantea en el título y en el primer verso el tema de la indecisión en el amor: “Un amor indeciso se ha acercado a mi puerta…”, tema que se despliega y se retoma mediante la enumeración de elementos caracterizadores, como por ejemplo: “es un amor pequeño que perdió su camino”, hasta que en la séptima y octava estrofas, nos sorprende el siguiente “—Amor— semidespierto, tienes / los ojos neblinosos aún de Lázaro… Vienes / de una sombra a otra sombra con los pasos trocados / de los ebrios, los locos… ¡Y los resucitados!”.

Aquí aparece el personaje de Lázaro, el resucitado por Jesús, como recurso poéticamente recreado para hacer ver la indecisión, recreado con la originalidad y osadía del artista que se atreve a ir más allá del referente.

Pues, ¿qué se nos cuenta en Juan 11, 43-44?: “Al decir esto (Jesús) gritó muy fuerte: ´¡Lázaro, sal fuera!´ y salió el muerto. Tenía las manos y los pies vendados y la cabeza cubierta con un velo por lo que Jesús dijo: ´desátenlo y déjenlo caminar´.” Esto es todo. Lo demás debe inferirse y es lo que ha hecho Dulce María. En efecto, Lázaro, al salir del sepulcro, debía tener “los ojos neblinosos”, la mirada opaca del que todavía no ha despertado por completo, y “los pasos trocados”, el andar tambaleante e inseguro de quién por cuatro días había dejado de hacerlo. Así, la percepción de estos elementos estético-religiosos (Lázaro, los resucitados) espera del lector dos momentos: el conocimiento previo del pasaje bíblico y el vuelo imaginativo.

Poema de gran fuerza es este, en que elementos religiosos funcionan como medios eficaces para culminar una lograda enumeración de definiciones que van apareciendo en gradación creciente desde: “Amar la gracia delicada / del cisne azul y de la rosa rosa” hasta: “Amor es perdonar; y lo que es más / que perdonar es comprender… / Amor es apretarse a la cruz, y clavarse / a la cruz, / y morir y resucitar… / ¡Amor es resucitar!”

Obsérvese la disposición de los elementos perdonar, comprender , apretarse a la cruz, clavarse a la cruz, que llegan a un punto climático en morir, resuelto finalmente mediante el elemento resucitar, como compensación anticlimática para los que logran llegar al último peldaño de la escala del amor. Amor que podemos leer desde tres perspectivas:

  • una puramente humana (hasta el verso 27): cualquier lector, sin ser cristiano, puede sentirse identificado con versos tales como: “Amor es amar lo que nos duele / lo que nos sangra / por dentro…;”
  • una tanto humana como cristiana (versos 28 y 29), pues el perdón y la comprensión no son privativos del cristiano;
  • una puramente cristiana (30-33): la cruz, la muerte y la resurrección son elementos que solo pueden ser aprehendidos en su sentido más profundo a partir del conocimiento de la pasión de Cristo, su muerte y resurrección. La secuencia ´apretarse a la cruz, clavarse en la cruz, morir ´ concentra la máxima expresión del Amor Divino, el Amor que entrega y se entrega hasta la muerte por el otro, por el prójimo. Pero esa entrega se resuelve en la resurrección, que es alegría, gozo. La comprensión cristiana de estos versos les da un alcance insospechado y nos convence de la indudable maestría de la autora en el arte de hacer ver.

 

San Miguel Arcángel

Es este un poema de tema erótico donde se maneja como elemento estético-religioso la figura de este personaje bíblico, que combatió contra el Monstruo al frente del ejercito celestial (Ap. 12,7). Aquí el personaje bíblico se nos presenta en dos planos formales: en la primera estrofa, como término de un símil:

“Por la tarde, / a contraluz / te pareces / a San Miguel Arcángel”; en la última estrofa, como sustituto metafórico del ser amado a quien se dirige el poema: “Arcángel San Miguel / con tu lanza relampagueante / clava a tus pies de bronce / el demonio escondido / que me chupa la sangre…”

Entre estas dos estrofas, la segunda y la tercera funcionan como puente que conduce al movimiento de San Miguel Arcángel a Arcángel San Miguel. En la segunda estrofa se hace la descripción de algunos rasgos del amado: “Tu color oxidado, / tu cabeza de ángel-guerrero” donde la construcción léxica ángel-guerrero está remitiendo a San Miguel. En la tercera estrofa los dos últimos versos contienen un símil cuyo término es el vocablo Arcángel que remite al mismo tiempo a las dos estrofas anteriores anafóricamente y anticipa la última.

En la cuarta y última estrofa se identifican algunos atributos con que se suele separar a San Miguel (la lanza y las grebas: “con tu lanza relampagueante / clava a tus pies de bronce”. Y finalmente se emplea la figura del demonio como recurso metafórico con una fuerte carga semántica: “el demonio escondido / que me chupa la sangre…”

Estos son solo algunos ejemplos de los muchos que podrían comentarse para ilustrar la grandeza poética de Dulce María Loynaz vista solamente en su manera de hacer  a partir de los elementos estéticos-religiosos de que dispone. Si a ello unimos toda la riqueza temática y poética de su escogidísima obra, tendremos sobradas razones para comprender por qué, en 1992, mereció recibir el Premio Miguel de Cervantes.

 

Bibliografía

  • Documento Final del ENEC
  • Loynaz, Dulce María: Poesía Completa, Letras Cubanas, La Habana 1993
  • Simón, Pedro: Dulce María Loynaz, serie Valoración múltiple. Edición Casa de las Américas y Letras Cubanas, La Habana, 1991

 

Nota aclaratoria: Los fragmentos de los poemas comentados se han reproducido obviando los signos […] que indicarían la omisión de texto. Se ha preferido hacerlo así para evitar confusiones con los puntos suspensivos que sí forman parte del texto poético.

*Artículo publicado en el número 2 de la revista Viña Joven, correspondiente al trimestre octubre-diciembre de 1999.