Signos vitales de Verbo y Carne entre nosotros
Del mismo modo en que los cristianos medievales fraccionaron, distribuyeron y se atribuyeron los Ligna Crucis o pedazos de la Vera Cruz, la misma Cristiandad ha sido dividida y multiplicada en disímiles caminos teologales. En consecuencia, las formas de entender la fe, la casa cultual, la comunidad que nace de esta y las maneras de religare con lo Divino se han manifestado en variopintas direcciones. La comunión pictórica entre Reinaldo Pagán Ávila y Luis Antonio Rivero Ramos es expresión de este tipo de diversidad interreligiosa, más allá del ecumenismo. La presente exposición bipersonal, que suple con creces el ya histórico salón anual de arte religioso, ha sido el pretexto para enlazarlos y hacerlos dialogar con una producción tanto retrospectiva como actual.
Las obras de ambos se alzan en el podio de la fe y desde allí exponen pensamientos teológicos, al mismo tiempo que crónicas de la Cuba crepuscular del siglo XX y del amanecer del XXI. Los artistas han creado una madeja simbólica en la cual comulgan cruces y cruceros, vírgenes y santos, señales de WiFi con signos zodiacales, el ojo de Horus con un Cristo Pantocrátor entre muchos otros, lo cual significa que encontraremos representaciones religiosas universales, otras típicas del cristianismo en general y de la iconografía tradicional católica, conjuntamente con formas novedosas del mismo sistema doctrinal.
Pero cada artista posee su voz. Para Reinaldo Pagán, la religión es un pretexto que nos conduce a la crítica o a la crónica social. En su juego con las imágenes consagradas de la historia del arte resalta, por un lado, la humanidad –pecadora, redimida o en busca de redención- que conversa con el Supremo y espera su perdón o su guía. Por otro lado, traza una incisión en la sociedad de su tiempo. Íconos de todo tipo: políticos, de la cultura cubana, del ámbito económico cotidiano, hierven juntos en un ajiaco gráfico que posee como piedra angular un sello religioso, no necesariamente cristiano, pero siempre de cristiano cariz positivo. Deviene entonces un nuevo amasijo de sentidos, con el sempiterno tono lúdico “pagano” que en muchos casos encubre un discurso pastoral sobre la autenticidad de vida en detrimento de la misma hipocresía que Jesús de Nazaret criticaba en los fariseos de su tiempo.
Los estilos de este artista confluyen en la sencillez, no simplicidad, de la forma, con el mismo propósito de un grito: alto, conciso y transparente. Así es su mensaje. Por ello, asistimos a una obra que, si bien diversa en el tono estilístico, resulta en general dibujística, desprovista de complejidades compositivas y con realce de primeros planos. De ello resulta una convergencia entre el periodismo gráfico y los recursos postmodernistas; díganse citas, parodias o carnavalización, con los cuáles ya el artista ha creado un título propio. En este caso, pondera las dimensiones humanas de una creencia religiosa que resguarda, más que castiga; juzga, pero perdona.
En otro extremo, la barroca paleta de Rivero apunta a una apologética cristiana católica que, en vez de descansar en formas pesadas, cual el dogma que defiende, se envuelve en un velo pueril, insinuado en la aparente simetría de las líneas y curvas que componen la exacerbada “geometrización” de las obras. La pasión por las formas básicas y primordiales que proclamó la abstracción desde los albores del siglo XX, también ha seducido a este artista quien, aunque explícitamente figurativo, conjuga formas geométricas que poseen el misticismo del suprematismo ruso y la calidez arquitectónica del constructivismo.
Detrás de estos arcángeles, alegorías marianas y signos apocalípticos descansa una ideología que bebe de las fuentes del Bizancio medieval. Pero, no es en la iconografía pura de sus representaciones donde hallamos el arte bizantino que se esconde tras estas figuras básicas, sino en la contemplación del dogma para la exaltación de la creencia en la gloria de Dios, de su omnipotencia y el apego reverencial a las sagradas escrituras bíblicas. Su poética posee el mismo talante doctrinal y espiritual, de ahí educativo, que los sacros íconos que reconoce la historia del imperio cristiano oriental. Coherentemente, el uso de colores brillantes, sin degradaciones y planos constituyen remedos de esta fuente medieval.
Con tanta diversidad de imágenes parecería fácil perdernos. Sin embargo, la visión personal de la fe de cada artista va a confluir en un diálogo respetuoso que, ora convergente y ora divergente, nos rescatará de confusiones semióticas. De ahí que, cada conjunto de obras conlleve a una idea categórica: Cuando Pagán habla de pecados y de juicios, Rivero le contesta con señales del fin de los tiempos y la renovación de la fe. Si uno narra su visión sobre héroes cotidianos cubanos y una nueva hagiografía politizada, entonces el otro responde con la suya, compuesta por un desfile de ungidos y salvíficos apocalípticos, amparados por una cohorte de arcángeles salvadores. Cuando el dibujante sonríe ante la observancia de una cubanizada Madonna con niño, el colorista espeta severo que fue María quien contuvo en su vientre la salvación del mundo y en consecuencia quien posibilita la renovación de la nueva alianza. Cuando el teólogo grafica la esperanza de la redención, el humorista asiente al proclamar la necesidad tanto de un credo religioso como del respecto por su diversidad, siempre que conduzca al camino del bien.
Desde una profunda amistad, condimentada por años y llena de disconformes percepciones de lo divino, se funda esta muestra polisémica y polémica. Cuando la sal y la pimienta se fusionan, el sabor de los panes y los peces nos conducen satisfechos a la gloria.
Dra.C. Ligia Lavielle Pullés
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