Soplo místico

Soplo místico. Miguel Daniel Sánchez Zaldívar (Miguelón)

Soplo místico
Miguel Daniel Sánchez Zaldívar (Miguelón)
Óleo/lienzo
69 x 122 cm
(2000)

Primer Salón- año 2000

TEMA: LOS ESCRITOS DE SAN JUAN

Soplo Místico

Al llegar la noche de aquel, mismo día, el primero de la semana, los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: “¡Paz a ustedes!”

Dicho esto les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús les dijo otra vez: “¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.”

Y sopló sobre ellos, y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados, y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los doce discípulos (…) no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después los otros discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”.

Pero Tomás les contestó: “Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer”.

Ocho días después, los discípulos se habían reunido de nuevo en una casa, y esta vez Tomás estaba también. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, se pudo en medio de ellos y los saludó, diciendo: “¡Paz a ustedes!” Luego dijo a Tomás: “Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado.

No  seas incrédulo; ¡cree!”. Tomás entonces exclamó: ¡”Mi Señor y mi Dios!”.

Jesús le dijo: “¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!”

Juan 20, 19-29

El artista tiene la intención de compactar las dos apariciones de Jesús en el relato de Juan 20,19-29. Quiere representar un Jesús Espíritu vívido, digno, esperanza del hombre nuevo. La horizontalidad de la obra alude a lo terrenal; el recinto es una casa de los campos cubanos, con una atmósfera metafísica, símbolo de que esta no es nuestra morada definitiva. El diseño general está en función de la Casa celestial.

Todo señala hacia el Reino de Dios: las líneas del piso, las posturas de los personajes y sus rostros convergen en el centro y hacia arriba. La mesa está ubicada en el centro de la obra; sus lados señalan los cuatro puntos cardinales, imagen simbólica de la expansión de la fe cristiana.

Sobre la mesa una caja vacía de un juego de dominó rompe con la simetría de las líneas del piso y la propia mesa, para mostrar que a pesar de tener a Dios al alcance de la mano, nos azota la incredulidad. Sin embargo como signo de esperanza están esparcidas sobre la mesa doce fichas del juego, divididas en grupos de siete y cinco, referencia numerológica de un mundo perfecto: el número 12 significa Comunidad, Pueblo de Dios.

Las ventanas dejan ver la cruz vacía; la puerta es el camino al Reino de Dios, es decir: Jesús nos invita a encontrarnos con él.

Juan en sus escritos expone varias veces la analogía de Jesús y la luz. Así se representa al Resucitado; sus estigmas aparecen de forma gráfica, como alegoría a la importancia de la comunicación en la labor de proclamar la fe cristiana. Aparecen representadas la luz y las tinieblas: dentro del bohío es de noche para reflejar un ambiente hostil y muy cerca de un mundo que es todo luz, el mundo de la verdad.

El muro de ladrillos de seis niveles es un elemento subjetivo que separa al hombre de Dios. También aparece este detalle ante uno de los apóstoles que representa al hombre, preso de falsos conceptos postmodernos; esto lo viene a confirmar el escorpión, imagen que Juan recrea en  Apocalipsis 9,3.5.10 como alegoría a un mundo hostil y cruel: Del humo salieron langostas que se extendieron por la tierra; y se les dio poder como el que tienen los alacranes (…) Pero no se les permitió matar a la gente, sino tan solo causarle dolor durante cinco meses; y el dolor que causaban era como el de una picadura de alacrán (…) Sus colas, armadas de aguijones, parecían de alacrán, y en ellas tenían poder para hacer daño a la gente durante cinco meses”.

Los once discípulos conforman nuestra identidad y cultura en el aborigen como una licencia plástica atemporal en tributo a una raza injustamente olvidada y primera destinataria de la fe cristiana en la época del descubrimiento. Los once hombres han sido tomados por sorpresa; viven en el miedo cuando llega la luz de vida hasta ellos, se conmocionan, sus rostros traslucen alegría, asombro, miedo, recibimiento, proclamación, paz; solo el aborigen muestra en su imagen la confianza y la fe en el hecho anunciado.

Tomás se erige como el descreído que ante el milagro proclama, sosteniendo el estigma de la lanzada. La Aparición del resucitado a sus discípulos sació las necesidades de una fe imperfecta para de esta forma dar testimonio de una doctrina única por la esperanza que brinda a la humanidad, el renacer del hombre nuevo en Cristo.